Lectura
del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el
gentio, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se
puso a hablar, enseñándoles:
–«Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.–«Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»
Pautas para la homilía
Un mar de fueguitos
A
veces en nuestra predicación puede ser bueno introducir una historia o cuento
que nos ayude a centrar la Palabra del día. Propongo para este dia de “Todos
los Santos y Santas” esta sencilla narración de un escritor uruguayo (Eduardo
Galeano) que podemos encontrar fácilmente en internet. El texto dice así:
“Un
hombre del pueblo de Negua, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida
humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso –reveló-. Un
montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre
todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos
y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del
viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos,
fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.”
No
es difícil encontrar, entre los que vivieron en épocas pasadas y entre los que
viven en la época presente, en nuestro mundo fuegos de diversos colores que
“arden la vida con tantas ganas… que quien se acerca se enciende”. Eso pasó con
Jesús de Nazaret, lleno del fuego del amor del Padre y Madre Dios y de la
pasión por una nueva humanidad a la que llamaba “el Reino”. Quienes se
acercaron o se acercan a El no pueden hacer otra cosa que “encenderse“ de
amor y gastar su vida encendiendo y alumbrando al experimentar en su cuerpo o
en el de sus semejantes “la gran tribulación” en la que se siente sumergido
nuestro mundo.
Los santos nos acercan a Dios
Tenemos
un poco olvidada esa frase que rezamos en el credo: “creemos en la comunión de
los santos”. Los santos, entre los que están nuestros familiares y amigos, no
son personas pasivas viviendo en un misterioso espacio. Son personas vivas,
resucitadas como Jesús, que interceden por Dios ante nosotros. Su intercesión
consiste en ser defensores, defensoras de cada uno y del pueblo. Pero no porque
Dios sea un Dios duro y distante, y que por eso necesitemos de personas santas,
cercanas a él, para que él se ablande y se conmueva de nosotros y nos conceda
tal o cual cosa. Dios siempre está dispuesto a la compasión, al acompañamiento
amoroso, siempre y antes de que se lo digamos nosotros o se lo digan los
santos. Los santos y santas nos ayudan a descubrirlo así, porque ellos, ellas
así lo experimentaron en sus vidas. No se trata tanto de conmover a Dios en
favor nuestro –Dios siempre está a nuestro favor--, cuanto de conmovernos a
nosotros para que le hagamos caso a Dios y nos dispongamos a vivir con entrañas
de compasión entre nosotros, con todo el mundo, sobre todo con la gente más
frágil de la comunidad, del pueblo. Preguntémonos si experimentamos así la
“comunión de los santos”, si vivimos así nuestra relación, nuestra devoción a
los santos y santas que admiramos, sean santos oficialmente proclamados o sean
santas personas que en esta vida vivieron en nuestro entorno.
Los santos testigos de valores humanos
Estamos
en tiempos en los que diariamente los medios de comunicación nos están
presentando figuras de hombres y mujeres que, al revés de los santos y santas,
se dejaron coger por la corrupción, por el afán de tener dinero y tener poder,
por la avaricia, por el egoísmo, por el desprecio a la gente más débil, por la
apropiación de lo público, por la mentira, por la apariencia, por el vacío
personal, por la deshumanización en una palabra. Estos no son un modelo y un
referente a seguir. Pero si lo son aquellas personas que dieron testimonio de
los valores de Jesús (las bienaventuranzas) en su vida privada o pública: no
tuvieron amarrado el corazón ni al dinero ni a las cosas, fueron amables
con los demás, se preocuparon de todo aquel que sufría, trabajaron para que en
la vida de cada día seamos un poco más más hermanos y compartamos todas las
cosas, prestaron ayuda a los demás, cultivaron desde el silencio un corazón
noble y honrado, trabajaron por construir la justicia y la paz. Posiblemente
estas personas no fueron muchas veces bien entendidos y a veces hasta
criticados pero no había ninguna ambición personal en su conducta sino que
obraron así porque desde que fueron conscientes de su bautismo se sintieron
como Jesús hijos de Dios y hermanos de todos. O si por ser de otra cultura o
religión, sin conocer a Jesús, resulta que lo que hicieron “lo hicisteis conmigo”(Jesús)
( Mt 25, 31-46: Cada
vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, “conmigo lo
hicisteis”).
No hay comentarios:
Publicar un comentario