Lectura del santo Evangelio según San Juan 15, 1-8
En aquel tiempo
dijo Jesús a sus discípulos:
–Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto.
Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él; ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
–Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto.
Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él; ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
Pautas para la homilía
La
primera referencia a la «viña» se encuentra en un texto del profeta Oseas (10,1)
y en otro del profeta Isaías (5,1-7), ambos del siglo VIII a.C. Después aparece
sucesivamente en Jeremías (2,21; 5,10; 6,9; 12,10), Ezequiel (15,1-8; 17,3-10;
19,10,14), en el Salmo 80,9-19 y en el Cantar de los Cantares (2,5; 7,13). Los
evangelios sinópticos cuentan como parábola el relato de Jesús (Mc 12,1-12; Mt
21,33-46; Lc 20,9-19), modificando el canto de Isaías: Israel no aparece como
la viña imagen del pueblo, como la esposa, sino que se trata del propietario
que reclama a los labradores el fruto que le corresponde. Los profetas han sido
los encargados de recoger el fruto, pero los profetas han sido maltratados e
incluso asesinados por los labradores. Ante esta situación el dueño de la viña
envía a su «hijo predilecto», a quien los labradores eliminan pensando quedarse
con la viña en propiedad.
La
pregunta de Jesús a sus interlocutores es la siguiente: «¿Qué hará el dueño de
la viña?» (Mt 12,9). Conocemos la respuesta: «Vendrá, hará perecer a los
labradores y arrendará la viña a otros» (Mc 12,9). Todos los que escuchan a
Jesús «comprendieron que había dicho la parábola por ellos» (Mc 12,12).
¿Cómo
reaccionamos nosotros ante lo que cuenta Jesús? ¿Consideramos la parábola como
algo limitado al tiempo de Jesús con sus interlocutores o más bien la entendemos
como algo en lo que estamos implicados directamente? A través de la parábola el
Señor trata de establecer un diálogo personal con cada uno de nosotros, de
manera que lo que dice el Señor no queda relegado al pasado, pues la Palabra de
Dios es «viva y eficaz» (Hb 4,12) y nos interpela personalmente.
“Yo
soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador” (Jn 15,1)
Este
modo de hablar de Jesús indica que él se identifica con la viña, él mismo es la
viña, que no es una simple criatura de Dios, sino que en Jesús-viña, Dios mismo
se hace viña y es Dios mismo quien vive en la viña.
Así
es como queda superada la forma del relato evangélico, primero la parábola y
después la alegoría. La realidad deja de ser forma literaria para llegar a la
identificación, primero con la persona de Jesús, que es viña, y después,
mediante Jesús, es el mismo Dios-Padre que se identifica con la viña.
El
fruto que Dios espera de nosotros es el amor, manifestado ya en Jesucristo
hasta el punto de subir a la cruz y de entregarse a la muerte por nosotros, a
quienes llama «amigos» (Jn 15,15). Jesús, amigo nuestro, garantiza su presencia
en medio de nosotros, más aún, «en nosotros» hasta el fin del mundo (cf. Mt
28,20).
“Permaneced
en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4)
La
relación de amistad que el Señor establece con nosotros implica por nuestra
parte «permanecer en él». Esta realidad se expresa de diferentes maneras,
insistiendo en el mismo hecho: «el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante, porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5); «al que no
permanece en mí lo tiran fuera…» (Jn 15,6); «si permanecéis en mí y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará» (Jn
15,7); «si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo
he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15,10).
Que
no se nos escape la insistencia del verbo «permanecer» que, a lo largo del
relato, se repite diez veces, indicando la perseverancia para vivir en comunión
de vida con el Señor mediante la fe, la esperanza y el amor, afrontando todas
las dificultades que encontramos a lo largo del camino de nuestra vida.
En el
mismo tema abunda la segunda lectura: «Quien guarda sus mandamientos (los de
Jesucristo) permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en
nosotros: por el Espíritu que nos dio» (1 Jn 3,24). Guardar los mandamientos de
Dios quiere decir no amar solo de palabra y de boca, sino de verdad y con
obras.
Obras
son también las que sirvieron para que san Pablo fuese admitido en la comunidad
de los discípulos, gracias al buen hacer de su amigo Bernabé. La primera
lectura propone este episodio, muy real, primero de desconfianza en la
persona del perseguidor Saulo de Tarso y, sucesivamente, de acogido en la
comunidad cristiana, una vez que Pablo «contó cómo había visto al Señor
en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado
valientemente en el nombre de Jesús» (Hch 9,27).
Este
es el desafío que el Señor nos presenta: ser testigos creíbles de su
resurrección, no en teoría sino con el testimonio de nuestra vida, una vida que
queda totalmente transformada en la medida en que vivamos nuestra unión con
Jesucristo, que nos repite: «Sin mí no podéis hacer nada».
Fr. José Mª Viejo
Viejo O.P.
Convento de La Virgen del Camino (León)
Convento de La Virgen del Camino (León)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/29-4-2018/pautas/
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