Lectura del santo evangelio según san Juan
6,22-29
Después
que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando
sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del
lago notó que allí no había habido más que una lancha y que Jesús no había
embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían
comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la
gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a
Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le
preguntaron: - «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: - «Os lo
aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan
hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento
que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste
lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: - «Y, ¿qué obras tenemos
que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: - «La obra que
Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.»
Reflexión del Evangelio de hoy
¿Se
nos hace insoportable el bien?
Para
quienes se acercan con asiduidad a la Palabra, la lectura de la Hechos que la
liturgia ofrece hoy parece que introduce de inmediato en el desarrollo completo
de la confrontación entre Esteban y algunos judíos. Conocer el final de la
historia, tan sorprendente si tenemos en cuenta que el relato comienza
enumerando las maravillas que Esteban realiza, puede hacer que “sobrevolemos”
el conjunto del texto para quedarnos en el conocido desenlace…
Pero
hoy la lectura no dice nada de lo que le ocurrirá a Esteban. Termina con una
extraña constatación que dificulta entender el drama que seguirá: todos los
presentes en el Sanedrín se fijaron en Esteban y su rostro les pareció el de un
ángel. Inesperado punto final. ¿Hay algo que el pasaje nos pueda sugerir?
Esteban,
presentado en un impresionante paralelismo con la persona de Jesús, es TESTIGO,
con sus palabras y sus obras, de la presencia del resucitado en nuestra
realidad (personal, comunitaria, social…). Su actuar, más allá del asombro por
los signos realizados, introducía el bien en su entorno al estilo en que Jesús
lo había hecho antes. No cabría más que el agradecimiento y la alegría.
¿Qué
dinámica se desata en el corazón del ser humano para no poder soportar a
alguien que ofrece sólo bien? “Unos cuantos” provenientes de lugares lejanos no
pueden tolerar el testimonio de Esteban… cuando curiosamente el Sanedrín, que
condenó a Jesús, encuentra que tiene el rostro de un ángel.
¿Por
qué tanta dificultad para escuchar y acoger el testimonio de “otro”? ¿Qué nos
ciega? ¿Nuestros intereses que pueden ponerse en peligro, nuestros principios
que no nos permiten ver la realidad, nuestros prejuicios que bloquean de
entrada el acceso a los demás…? El deseo de poder y de supremacía frente al
otro nos degrada hasta hacernos esclavos de la mentira y capaces de atentar
contra la vida…
¿Qué
tenemos que hacer?
Jesús
había saciado el hambre de muchas gentes, y en el entorno se da un movimiento
de afluencia hacia los lugares en los que se le puede encontrar. La gente no
escatima esfuerzos, pero Jesús se muestra escéptico ante el entusiasmo que
provoca. Siente que no le buscan a Él sino a lo que puede darles. Sin duda es
humano, ¿cómo no ir tras quien nos ha proporcionado aquello de lo que tenemos
imperiosa necesidad? La eterna ambigüedad de nuestras adhesiones y nuestros
afanes… Se esfuerzan en descubrir dónde está, en llegar hasta Él, y cuando lo
encuentran, su grado de “vinculación”, de “sintonía” con sus propuestas está
tan difuminado que todo lo que se les ocurre preguntarle es: “¿cuándo has
venido aquí?”
Jesús
es claro y les confronta con su realidad: me buscáis porque habéis comido. ¿Por
qué le buscamos nosotros? O quizá ¿le buscamos, realmente le buscamos?
Y la
contrapropuesta provocadora de Jesús: trabajad por el alimento que perdura para
siempre. Lógico desconcierto: ¿qué tenemos que hacer? Y respuesta más
desconcertante: el trabajo a realizar es creer en el que el Padre ha
enviado.
Creer
en Jesús, el trabajo de toda una vida, desaprender, soltar, abandonar el deseo
de control, saberse y sentirse “obra de”, recibiéndolo todo, nunca dueños,
iniciando cada día la fascinante aventura de aprender a poner la vida en sus
manos.
Hna. Gotzone Mezo
Aranzibia O.P.
Congregación Romana de Santo Domingo
Congregación Romana de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
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