viernes, 30 de marzo de 2018

Evangelio del día (Viernes Santo, 30-03-2018)


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 - 19, 42
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ –«¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. –«A Jesús, el Nazareno.»
C. Les dijo Jesús:
+ –«Yo soy.» 
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles «Yo soy» retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ –«¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. –«A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús contestó:
+ –«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar ando a éstos. »
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ –«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»
Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. –«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C. Él dijo:
S. –«No lo soy.»
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.
Jesús le contestó:
+ –«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado con-tinuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.»
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. –«¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
+ –«Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. –«¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. –«No lo soy.»
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. –«¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. –«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. –«Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.»
C. Pilato les dijo:
S. –«Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C. Los judíos le dijeron:
S. –«No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C. Y así se cumplió lo que habla dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. –«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le contestó:
+ –«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
C. Pilato replicó:
S. –«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
+ –«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. –«Conque, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ –«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C. Pilato le dijo:
S. –«Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:
S. –«Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Volvieron a gritar:
S. –«A ése no, a Barrabás.»
C. El tal Barrabás era un bandido.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. –«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. –«Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. –«Aquí lo tenéis.»
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. –«¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. –«Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C. Los judíos le contestaron:
S. –«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.»
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. –«¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. –«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
+ –«No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.»
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. –«Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.»
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. –«Aquí tenéis a vuestro rey.»
C. Ellos gritaron:
S. –«¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. –«¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. –«No tenemos más rey que al César.»
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba morir, escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.»
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. –«No escribas "El rey de los judíos", sino "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos".»
C. Pilato les contestó:
S. –«Lo escrito, escrito está.»
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. –«No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca. »
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.»
Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ –«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
C. Luego, dijo al discípulo:
+ –«Ahí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ –«Tengo sed.»
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una cana de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ –«Está cumplido.»
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Pautas para la homilía
La liturgia de la celebración del día de hoy es una liturgia cargada de signos silenciosos que ponen el foco de atención en la experiencia de entrega de Jesús, en su muerte. La cruz, la muerte, es el misterio último de la vida de Jesús, como es el misterio último de la vida de cada ser humano.
La postración silenciosa con la que comienza la celebración, ante el altar desnudo; la procesión con la cruz, desnudándola, casi con el temor y el temblor de ver en ella la misma gloria de Dios, escándalo e incomprensión para tantos y tantos aún hoy; adorarla sin saber bien qué hacer, qué pensar ni qué decir, agarrándonos a la memoria de su vida y su mensaje de amor que llevó a Jesús hasta su terrible muerte; la elocuente lectura de la Pasión según san Juan, con el intenso drama que se presenta ante nuestros ojos; la oración del Via Crucis, acompañando como las mujeres del grupo de Jesús, cada paso al Calvario; mirar al fin el cadáver colgado del madero, desfigurado, triturado, deshumanizado, consecuencia de su amor por la humanidad, incapaces de separar nuestros ojos de ese cuerpo muerto, sin entender, abrumados, superados por el silencio; depositarlo en una tumba, solo, acabado, fracasado, muerto… nos deja con el vacío del silencio y la incomprensión.
Pero también con el rechazo innato y profundo a que es imposible que todo acabe así, la esperanza contra toda esperanza, la fe de la fidelidad incomprensible, la convicción irracional de que el amor puede vencer cualquier muerte no deja de ser como un martilleo constante del alma y la mente: así no puede acabar todo.
La experiencia de quedar abandonados y huérfanos, la experiencia del dolor, del sinsentido, del fracaso, del sufrimiento, de la muerte acompañan en algún momento toda vida humana. La muerte es la única certeza que tenemos los seres humanos sobre nuestra vida. No sabemos al nacer qué seremos, qué haremos ni cómo será nuestro tiempo en este mundo…salvo que lo dejaremos. Nosotros y todos los que queremos y nos quieren.
No querer mirar esa única certeza es uno de los tabúes de nuestro mundo, que se empeña en engañarse imaginando su vida como un camino de alegrías perpetuas, sin querer ver esa sombra certera que sobrevuela siempre nuestra existencia. Y no solamente nuestra muerte física y última, sino cada una de esas muertes que aparecen en nuestra vida en forma de fracasos, de malas elecciones, de errores, de sufrimientos recibidos y provocados, de pecados cometidos, de heridas y traiciones dadas y recibidas. La muerte como realidad humana que nos acompaña a cada vuelta del camino de la vida.
¿Cómo convivir con esa realidad? Ignorarla, como por regla general hacemos, nos hace vivir menos, con menos realidad, con menos densidad, con menos intensidad. No se trata, tampoco caigamos en extremos, en vivir en un perpetuo memento mori, pero si se trata de no ignorar que el sufrimiento es parte de la vida humana. No se trata de buscar y perseguir el dolor, como quizás una falsa espiritualidad histórica propuso en algún momento, pero si se trata de que cuando llegue, y siempre llega, sepamos afrontarlo, sostenerlo, aceptarlo, acogerlo, integrarlo… para que sobre él, con él, crezcamos a más vida, a más humanidad, a más compasión. Solo muriendo, se puede resucitar.
Mirar la cruz del Señor hoy, asistir al drama de su muerte que nos narra la Pasión según san Juan, desde el prendimiento en el Huerto de los Olivos, donde le dejábamos ayer Jueves Santo con la celebración de la Hora Santa, hasta ser depositado un cadáver destrozado y torturado –como nos prefigura la primera lectura del libro de Isaías- en un sepulcro nuevo, no es simplemente contemplar una historia lejana en el tiempo, es atisbar en ese misterio insondable, algo en lo que de algún modo se pone en juego toda nuestra existencia.
Con Cristo estamos crucificados todos y cada uno de nosotros, en la Pasión de Jesús estamos todos, pero especialmente somos capaces de ver con Él a todos los torturados y muertos injustamente de la historia, los asesinados, los marginados, los que no cuentan, los que nos muestran el sinsentido de la injusticia y del mal en nuestro mundo, los que caen bajo el peso de las cruces innumerables de las ideologías o de las decisiones políticas, económicas y sociales, los arrollados por las mareas de los intereses egoístas, de las cobardías en las decisiones, del mirar a otro lado, del anteponer el yo, del renunciar al amor.
Porque esa es la clave última que nos permite abordar ese misterio de silencio, dolor, sufrimiento y muerte de la Cruz de Jesús, el misterio del silencio, el dolor, el sufrimiento y la muerte de los condenados injustamente de la historia, el misterio del silencio, el dolor, el sufrimiento y la muerte cotidiana de cada uno de nosotros: que el amor es más fuerte que todo eso.
La entrega de la vida por amor que hace Jesús, sin saber, sin buscar recompensa ninguna, aceptándola y asumiéndola como consecuencia de una vida entregada, es una puerta abierta a cómo acoger nuestras propias muertes, en la confianza del amor, en la fe de que Dios no nos deja nunca, en la esperanza de tener más vida, aunque sólo nos sostenga en esa esperanza un crucificado, en la esperanza de que Dios nos ama mucho más de lo que merecemos, de que Él ama, aunque nosotros no sepamos amar.
La cruz, la entrega de Jesús hasta su muerte, es el silencioso grito de amor que lanza Dios a la humanidad, es la promesa de salvación que subyace a su muerte y que mañana con la Celebración de la Resurrección contemplaremos en todo su gozo y su gloria. El precio de la salvación, es asumir y aceptar la entrega y el dolor por amor, es acoger el inmenso don del amor de Dios.
Decir que en la cruz, en la muerte del Señor está nuestra salvación, es sumergirnos en el misterio de acoger las muertes y los sufrimientos como peldaños de nuestro crecimiento humano. La salvación -además de esa experiencia de encuentro último con la vida que no se agota nunca más allá de tiempo y la historia, tras la muerte y el final de cuanto existe, tras nuestra muerte en este mundo- tiene que ver también con nuestro tiempo en este mundo, y nos apunta a la dimensión de plenificarnos, de desarrollarnos en todas nuestras posibles capacidades, de ir transformándonos para ser quien Dios ha soñado que seamos, para tener vida de verdad y vida en abundancia, una vida de amor sobre todas las cosas, para eso vino Dios al mundo nos dice el evangelio de Juan.
La salvación como el proceso de crecimiento del ser humano, lleva siempre aparejado el diálogo con la muerte y el sufrimiento cotidiano. Qué hagamos con ese dolor, con la muerte, será la clave que nos permita resucitar, acoger la muerte como parte del proceso de la salvación, integrar la experiencia del dolor en nuestra vida, es lo que nos abre la puerta a una vida más vida, y eso solo es posible mirando al crucificado que entrega su vida por amor. Solo el amor de la entrega, da sentido al dolor, la muerte y la cruz.
Hoy Viernes Santo es día de silencio, de espera contra todo, de fe, de acoger el amor profundo de Dios por la humanidad, de asumir nuestras propias muertes, de empeñarnos en el amor, de recordar las promesas de vida del Dios de la vida, de recordarnos a nosotros mismo que la salvación, la liberación, viene de acoger el misterio de la entrega por amor, de aceptar el amor inmensamente regalado por Dios con la cruz y la muerte de Jesús.

Fray Vicente Niño Orti
Convento Santo Tomás de Aquino "El Olivar" (Madrid)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/30-3-2018/pautas/

No hay comentarios:

Publicar un comentario