Lectura del santo evangelio según san Lucas
18, 9-14
En
aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí
mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: - «Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no
soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno
dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano,
en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo
se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este
pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque
todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Reflexión del Evangelio de hoy
Dios
bajará a nosotros
Cada
día es momento favorable y de gracia, porque cada día nos impulsa a entregarnos
a Jesús; a confiar en Él; a permanecer en Él, a compartir su estilo de vida, a
aprender de Él a amar como Él en espíritu y en verdad, a seguirle en el
cumplimiento diario de la voluntad del Padre, la única gran ley de vida.
La
lectura de hoy comienza con la afirmación del profeta Oseas que nos conviene
volver al Señor porque: «nos curará y nos vendará». No, no deja lugar a la
duda: el profeta está convencido de que Dios no sólo cura las heridas, sino que
también tiene el poder para sanarnos, para devolvernos la vida.
Dios
es quien nos levanta de las caídas, restaura nuestra mente, nuestro corazón,
nuestros sentimientos, nos recrea, nos permite vivir en su presencia, más aún,
nos permite vivir en la intimidad con Él, que es nuestro Padre.
El
profeta, de manera implícita, quiere persuadirnos para que nos esforcemos en
conocer al Señor. Y lo hace por medio de metáforas, presentándonos su venida
como el amanecer, como el aguacero, como la lluvia, que llegan siempre en el
tiempo propicio.
Oseas
nos hace ver que: así como el amanecer se une al día, así como el agua al
descender se une con la tierra, así también llega el Señor al hombre:
desciende, se abaja, se anonada, se encarna, se hace uno con nosotros, de tal
manera que Dios se pone a nuestro alcance.
Pero,
sólo puede haber correspondencia por nuestra parte, y, como consecuencia,
unidad, intimidad y verdadero amor, en la medida en que nosotros le
reconozcamos como nuestro CREADOR, nuestro TODO, y nosotros nos reconozcamos
como su nada.
Por
tanto, dejémonos conquistar por el Señor, no tengamos miedo a perder la vida,
porque en la cruz Él nos amó y se entregó por nosotros. Y precisamente,
perdiendo nuestra vida por amor a Él y a nuestros hermanos, la volvemos a
encontrar.
Subieron
al templo a orar
«Dos
hombres subieron al templo a orar…»
Todos
tenemos, en algún momento de nuestra vida algo de fariseos, y, algo de
publicano, por ello , como estos dos hombres, acudimos al Templo para orar,
porque los hombres llevamos en nosotros mismos sed de infinito, nostalgia de
eternidad; buscamos lo bello, lo perfecto, tenemos necesidad de luz, de
verdad, de amar y de ser amados.
Esta
sed, esta nostalgia, esta búsqueda, esta necesidad, es lo que nos impulsa a ir
hacia Dios. Dicho de otra manera, las personas llevamos en nosotros mismos el
deseo de Dios.
Orando
nos ponemos en presencia de Dios, viendo nuestra propia vida a partir de Él. Es
entonces cuando reconocemos que, simplemente somos criaturas, y necesitamos de
su ayuda para “llevar, a buen término, la obra que Él comenzó en
nosotros.” Santo Tomás de Aquino define la oración como: «expresión del deseo
que el hombre tiene de Dios».
Este
deseo de Dios, que Él mismo ha puesto en nosotros, es el alma de la oración,
que se reviste de muchas formas y modalidades.
La
oración es el oxígeno del alma sin ella, los hombres nos asfixiamos, no podemos
vivir. Todas las personas consciente o inconscientemente acudimos a Dios.
Sí,
la oración se encuentra inscrita en el corazón de toda persona y de toda
civilización, ya que es una actitud interior.
Orar
es un modo de ponerse en presencia de Dios, antes que, realizar actos de
culto o pronunciar palabras.
La
oración tiene su centro y hunde sus raíces en lo más profundo de la persona,
por eso no es fácilmente descifrable y, por esta misma causa, se puede prestar
a malentendidos y mistificaciones.
La
oración es el lugar por excelencia de la gratuidad, del tender hacia el
Invisible, el Inesperado y el Inefable. Por ello, la experiencia de la oración
es un desafío, una «gracia» que debemos pedir, porque es un regalo de Dios.
Aprendamos
de María Santísima, la criatura más amada y predilecta a los ojos de Dios, que
vivió siempre como la humilde esclava del Señor, y, pidámosle que nos enseñe a
vivir y ser como Ella para que, también nosotros, seamos objeto de las
complacencias de Dios nuestro Padre y nuestro Señor.
Monjas Dominicas
Contemplativas
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/10-3-2018/
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