lunes, 26 de marzo de 2018

Evangelio del día (Lunes Santo 26-03-2018)


Lectura del santo evangelio según san Juan 12,1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?» Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando. Jesús dijo: - «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.» Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Reflexión del Evangelio de hoy
Un siervo al que mirar
Las lecturas de este lunes parecen invitarnos a abrir los sentidos, para vivir con intensidad esta Semana Santa. Y el primer sentido que se reclama es el de la vista: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo”. Iniciamos los días de esta semana con el eco de ese siervo pacífico y justo, fiel y firme, por frágil o quebradizo que pueda parecer. Y la figura de ese siervo se extiende a todos en una llamada a implantar la justicia y dar luz a las situaciones más tenebrosas, injustas o equivocadas. “Te he hecho…luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas”. 
La redención, la luz, la liberación, la realidad concreta de esa Buena Noticia que es Jesús, el sentido hoy del misterio pascual, pasa por la entrega de cada uno de nosotros. No vacilar ni quebrarse en la misión encomendada, que no es otra que la de amar sinceramente, con todas las consecuencias. Porque el mismo Dios nos ha formado y nos lleva de la mano. Dios no es un dios a mi medida, es un Dios que rompe todas las categorías humanas de éxito, poder o justicia. Cuando contemplamos al Jesús siervo, entregado, se abre paso la paradoja más honda del hombre y de Dios. Y se abre ese resquicio en nuestro ser que nos permite ir vislumbrando un poquito más de esa luz que cura nuestras cegueras y nos libera de tantas cautividades que nos encierran en nosotros mismos.
Y la fragancia de un perfume
El Evangelio de Juan nos sumerge en una escena cargada de símbolos y personajes. Estamos en la casa de Betania, entre amigos, en una cena, que preludia la cena pascual. Marta sirve hoy, el jueves Jesús mismo se sirve a todos; Lázaro, el hombre rescatado de la muerte, comparte la mesa, esa a la que están invitados todos los que se abren a una vida nueva; María unge los pies a Jesús, y el jueves Jesús mismo lavará los de sus discípulos enseñando por dónde va el camino del Reino, por el servicio.
Pero es el sentido del olfato el que nos despierta este texto: la fragancia del perfume con el que María unge los pies de Jesús llena toda la estancia. Con un poco de imaginación podemos oler ese momento. Y respirar profundo para aspirar y dejarnos impregnar por dentro de esa fragancia. El gesto de María va más allá:”Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura”. María unge a Jesús con un perfume extremadamente valioso, y lo hace con la generosidad y la unción de quien conoce la importancia y trascendencia del gesto. Sólo quien ama comprende el alcance del amor. La intuición de aquella mujer que había escuchado y abierto su corazón al Maestro es capaz de expresar en un hermoso gesto la comprensión de la magnitud de la entrega que haría por todos Jesús.
Y ahí están los que se ponen en evidencia: Judas, traidor y ladrón; y los sumos sacerdotes, amenazados en su poder y prestigio. El corazón duro no resiste la fragancia del bien, critica y enjuicia la generosidad y la luz. No nos es tan ajeno como quisiéramos, no está mal aspirar un poco de evangelio de vez en cuando y ver qué reacción nos despierta, cuántos “sí, eso está muy bien, pero…”, “¿no sería mejor…?”, “yo no tengo vocación de mártir…”, “qué desperdicio de tiempo, de recursos, de talento…”
El amor y la entrega que testimonia Jesús son tan desmesurados que nos aterran, pero ahí está su propuesta, cada día, cada momento. Podemos derramar el perfume y ungir con amor, o guardarnos egoísta y estérilmente, cerrando la puerta a la vida y la luz.

Hna. Águeda Mariño Rico O.P.
Congregación de Santo Domingo

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