“La
Pascua es la fiesta de nuestra salvación”
El Papa Saluda A Los Fieles En La Audiencia General © Vatican Media
(ZENIT – 28 marzo 2018).- La Pascua es la fiesta más importante de
nuestra fe –ha asegurado el Papa Francisco– porque “es la fiesta de nuestra
salvación, la fiesta del amor de Dios por nosotros, la fiesta, la celebración
de su muerte y resurrección”.
En la mañana del Miércoles Santo, 28 de marzo de 2018, el Santo Padre
Francisco ha celebrado la Audiencia General, para miles de peregrinos
procedentes de Italia y de otros países del mundo, en la plaza de San Pedro.
“Un cristiano, si realmente se
deja lavar por Cristo, si realmente se deja despojar por Él del hombre viejo
para caminar en una nueva vida, aunque siga siendo pecador, -porque todos lo
somos- ya no puede ser corrompido”, ha anunciado el Papa en su catequesis.
Esta es la grandeza del amor de Jesús; da la vida gratuitamente para
hacernos santos, para renovarnos, para perdonarnos. “Y este es el núcleo propio
de este Triduo Pascual”, ha explicado el Pontífice.
A continuación, les ofrecemos la catequesis completa del Papa Francisco
en español, traducida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:
***
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy me gustaría reflexionar sobre el Triduo Pascual que empieza mañana
para profundizar en aquello que los días más importantes del año litúrgico
representan para nosotros, los creyentes. Me gustaría preguntaros: ¿Cuál es la
fiesta más importante de nuestra fe, Navidad o Pascua? Pascua porque es la
fiesta de nuestra salvación, la fiesta del amor de Dios por nosotros, la
fiesta, la celebración de su muerte y resurrección. Por eso quisiera
reflexionar con vosotros sobre esta fiesta, sobre estos días, que son días
pascuales, hasta la resurrección del Señor. Estos días constituyen la memoria
conmemorativa de un gran misterio único: la muerte y la
resurrección del Señor Jesús. El Triduo comienza mañana, con la Misa de la
Cena del Señor y terminará con las vísperas del Domingo de Resurrección.
Después viene “Pasquetta” (Lunes de Pascua) para celebrar esta fiesta grande:
un día más. Pero es post-litúrgico: es la fiesta familiar, es la fiesta de la
sociedad. Marca las etapas fundamentales de nuestra fe y de nuestra vocación en
el mundo, y todos los cristianos están llamados a vivir los tres días santos
–jueves, viernes, sábado; y el domingo- naturalmente- pero el sábado es la
resurrección- los tres días santos, como, por decirlo así, la “matriz” de su
vida personal de su vida comunitaria, como vivieron nuestros hermanos judíos el
éxodo de Egipto.
Estos tres días vuelven a proponer al pueblo cristiano los grandes
eventos de salvación operados por Cristo, y así lo proyectan en el horizonte de
su destino futuro y lo fortalecen en su compromiso de testimonio en la
historia.
En la mañana de Pascua, volviendo a recorrer las etapas vividas en el
Triduo, el canto de la Secuencia, o sea un himno o una suerte de
salmo, hará que se escuche solemnemente el anuncio de la resurrección. Y
dice así: “Cristo, nuestra esperanza, ha resucitado y nos precede en Galilea”.
Esta es la gran afirmación: Cristo ha resucitado. Y en tantos pueblos del
mundo, sobre todo en el Este de Europa, la gente se saluda estos días de
Pascua, no con un “buenos días” o “buenas tardes”, sino con “Cristo ha
resucitado”, para afirmar el gran saludo pascual. “Cristo ha resucitado. Con
estas palabras -Cristo ha resucitado- de conmovida exultación culmina el
Triduo. No solo contienen un anuncio de alegría y esperanza, sino también un llamamiento
a la responsabilidad y a la misión. Y no termina con la “colomba” ( dulce de
Pascua italiano n.d.r.) los huevos, las fiestas- aunque todo esto sea hermoso
porque es la fiesta de la familia- pero no termina con eso. De ahí comienza el
camino a la misión, al anuncio: Cristo ha resucitado. Y este anuncio, al que
conduce el Triduo preparándonos para acogerlo, es el centro de nuestra fe y de
nuestra esperanza, es el núcleo, es el anuncio, es –la palabra difícil- es
el kerygma que continuamente evangeliza a la Iglesia y que
ella, a su vez, es enviada a evangelizar.
San Pablo resume el evento pascual en esta frase: “Cristo, nuestra
Pascua, ha sido inmolado” (1 Cor 5,7), como el cordero. Ha
sido inmolado. Por lo tanto, prosigue, “pasó lo viejo, todo es nuevo”
(2 Cor 5:15). Renacido. Y por eso, al principio, se bautizaba
la gente el día de Pascua. También por la noche de este sábado yo bautizaré
aquí, en San Pedro, ocho personas adultas que comienzan su vida cristiana. Y
comienza todo porque habrán nacido otra vez. Y con otra fórmula sintética,
explica que Cristo “fue entregado a causa de nuestros pecados y fue
resucitado para nuestra justificación” (Rom 4:25). El único,
el único que nos justifica; el único que nos hace renacer de nuevo es
Jesucristo. Ningún otro. Y por eso no hay que pagar nada, porque la
justificación –el hacerse justos- es gratuita. Y esta es la grandeza del amor
de Jesús; da la vida gratuitamente para hacernos santos, para renovarnos, para
perdonarnos. Y este es el núcleo propio de este Triduo Pascual. En el Triduo
Pascual, el recuerdo de este evento fundamental se convierte en una celebración
llena de gratitud y, al mismo tiempo, renueva en los bautizados el sentido de
su nueva condición, que el apóstol Pablo expresa: “Si habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de allá arriba, […] y no… las de la tierra” (Col 3,1-3).
Mirar hacia arriba, mirar al horizonte, ensanchar los horizontes: ¡esta es
nuestra fe, esta es nuestra justificación, este es el estado de gracia!
Efectivamente, por el Bautismo hemos resurgido con Jesús y hemos muerto a las
cosas y a la lógica del mundo; hemos renacido como criaturas nuevas: una
realidad que exige convertirse en existencia concreta día a día.
Un cristiano, si realmente se deja lavar por Cristo, si realmente se
deja despojar por Él del hombre viejo para caminar en una nueva vida, aunque
siga siendo pecador, -porque todos lo somos- ya no puede ser corrompido; la
justificación de Jesús nos salva de la corrupción, somos pecadores pero no
corrompidos; ya no puede vivir con la muerte en el alma, ni tampoco puede ser
causa de muerte. Y aquí tengo que decir algo triste y doloroso… Hay
cristianos falsos: los que dicen “Jesús ha resucitado”, “yo he sido justificado
por Jesús”, estoy en la vida nueva, pero vivo una vida corrupta. Y estos
cristianos fingidos acabarán mal. El cristiano, lo repito, es pecador – todos
lo somos, yo lo soy- pero tenemos la seguridad de que cuando pedimos perdón el
Señor nos perdona. El corrupto finge ser una persona honrada, pero en el fondo
de su corazón hay podredumbre. Una vida nueva nos da Jesús. El cristiano no
puede vivir con la muerte en el alma, ni tampoco ser causa de muerte. Pensemos
–para no ir muy lejos- pensemos en casa, pensemos en los llamados “cristianos
mafiosos”. Estos de cristianos no tienen nada: se dicen cristianos, pero llevan
la muerte en el alma y a los demás. Recemos por ellos para que el Señor les
toque el alma. El prójimo, sobre todo el más pequeño y el que más sufre,
se convierte en el rostro concreto a quien podemos dar el amor que Jesús nos ha
dado. Y el mundo se convierte en el espacio de nuestra nueva vida de
resucitados. Nosotros hemos resucitado con Jesús: de pie, con la frente
levantada y podemos compartir la humillación de aquellos que todavía hoy,
como Jesús, se hallan en medio del sufrimiento, de la desnudez, de la
necesidad, de la soledad, de la muerte, para convertirnos, gracias a Él y con
Él, en instrumentos redención y de esperanza, en signos de vida y resurrección.
En tantos países –aquí en Italia y también en mi patria- hay la costumbre de
que cuando el día de Pascua se oyen las campanas, las mamás, las abuelas,
llevan a los niños a lavarse los ojos con el agua, el agua de la vida, como
signo para poder ver las cosas de Jesús, las cosas nuevas. En esta Pascua
dejémonos lavar el alma, lavar los ojos del alma, para ver las cosas bellas y
hacer cosas bellas. ¡Y esto es maravilloso! Esta es la resurrección de Jesús
después de su muerte que fue el precio para salvarnos a todos.
Queridos hermanos y hermanas, preparémonos para vivir bien este
inminente –empieza mañana- Triduo Santo, para estar cada vez más profundamente
insertados en el misterio de Cristo, que murió y resucitó por nosotros. Que nos
acompañe en este itinerario espiritual la Virgen Santísima que siguió a Jesús
en su pasión –Ella estaba allí, miraba, sufría…- estuvo presente y unida a Él
bajo su cruz, pero se avergonzaba de su hijo. ¡Una madre nunca se avergüenza de
su hijo! Estaba allí y recibió en su corazón maternal la inmensa alegría de la
resurrección. Que ella obtenga para nosotros la gracia de participar desde
dentro en las celebraciones de los próximos días, para que nuestro corazón y
nuestra vida se transformen verdaderamente.
Y mientras os dejo estos pensamientos, mientras formulo para todos
vosotros mis mejores deseos de una feliz y santa Pascua, junto con vuestras
comunidades y seres queridos.
Y os aconsejo: en la mañana de Pascua llevad a los niños debajo del
grifo y haced que se laven los ojos. Será un signo de cómo ver a Jesús
resucitado.
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