Ciudad del
Vaticano (AICA): El papa Francisco llamó este
miércoles a luchar contra los ¨enemigos de la esperanza¨ durante la audiencia
general en la Plaza San Pedro del Vaticano, donde también bendijo la campaña de
Cáritas Internationalis a favor de los migrantes y refugiados que lleva por
lema ¨La Iglesia, madre, que abraza a todos, compartiendo el viaje común¨.
También pidió que recuerden en la oración a ¨las víctimas y damnificados que
deja tras de sí el huracán que en estos días azotó el Caribe, y en modo
particular Puerto Rico¨.
El papa Francisco llamó este
miércoles a luchar contra los "enemigos de la esperanza" durante la
audiencia general en la Plaza San Pedro del Vaticano, donde también bendijo la
campaña de Cáritas Internationalis a favor de los migrantes y refugiados que
lleva por lema "La Iglesia, madre, que abraza a todos, compartiendo el
viaje común".
"La esperanza es lo más importante para la humanidad. Es la esperanza la que protege la vida, la custodia y la hace crecer", recordó el pontífice.
"La esperanza es lo más importante para la humanidad. Es la esperanza la que protege la vida, la custodia y la hace crecer", recordó el pontífice.
"Si los hombres no cultivan la
esperanza, no encontraremos la salida de la caverna en la que se encontraba la
humanidad", sostuvo, y agregó que esta virtud "es lo más divino que
existe en el corazón del hombre".
Francisco aseguró que "Dios no
se preocupa tanto por la fe o la caridad de los fieles, lo que de verdad le
maravilla, lo que le conmociona, es la esperanza de la gente" y precisó
que lo hace especialmente de los pobres o migrantes que buscan "un futuro
mejor, que han logrado tenazmente, pese a las dificultades de este mundo,
animados por la confianza en una vida más justa y serena".
El Santo Padre insistió en afirmar
que la esperanza es vital para entender la campaña de Cáritas, iniciativa para
la que pidió a los peregrinos un aplauso fuerte.
"No tengamos miedo de compartir
el viaje, compartir la esperanza. La esperanza no es una virtud para gente con
el estómago lleno, porque siempre los pobres son los primeros portadores de la
esperanza", sugirió, y añadió: "Los pobres, los mendigos, son los
protagonistas de la historia".
El Papa aseguró que desde el primer
momento, desde que José y María, los pastores, "en mitad de un mundo que
dormía, agazapado entre pocas certezas. Allí, los humildes preparaban la
revolución de la bondad".
Al término de la catequesis, Francisco
saludó a los peregrinos de lengua española, en especial a los grupos
provenientes de España y Latinoamérica, a quienes les pidió que recuerden en la
oración a "las víctimas y damnificados que deja tras de sí el huracán que
en estos días ha azotado el Caribe, y en modo particular Puerto
Rico".
Texto completo de la catequesis del
Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
Durante este tiempo nosotros estamos
hablando de la esperanza; pero hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre los
enemigos de la esperanza. Porque la esperanza tiene sus enemigos: como todo
bien en este mundo, tiene sus enemigos.
Y me ha venido a la mente el antiguo
mito de la caja de Pandora: la apertura de la caja desencadena tantas
desgracias para la historia del mundo. Pocos, pero, recordando la última parte
de la historia, que abre una rendija de luz: después de que todos los males han
salido de la boca de la caja, un minúsculo don parece tomar la revancha ante
todo ese mal que se difunde. Pandora, la mujer que tenía en custodia la caja,
lo entrevé al final: los griegos lo llaman elpìs, que quiere decir
esperanza.
Este mito nos narra porque es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que “hasta que hay vida, hay esperanza”, como se suele decir. En todo caso es al contrario: es la esperanza que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas, y no habrían dejado rastros en la historia del mundo. Es lo que más divino pueda existir en el corazón del hombre.
Un profeta francés – Charles Péguy – nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (Cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos, y mucho menos por su caridad; sino lo que verdaderamente lo llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente. «Que esos pobres hijos – escribe – vean como van las cosas y que crean que irá mejor mañana». La imagen del poeta evoca los rostros de tanta gente que ha transitado por este mundo – campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor – que han luchado tenazmente no obstante la amargura de un hoy difícil, lleno de tantas pruebas, animado pero por la confianza que los hijos habrían tenido una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban en la esperanza.
La esperanza es el impulso en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes – pienso en los migrantes –, para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien los acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar… La esperanza es el impulso a “compartir el viaje”, porque el viaje se hace de a dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia sus corazones, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje de a dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el impulso a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!
Este mito nos narra porque es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que “hasta que hay vida, hay esperanza”, como se suele decir. En todo caso es al contrario: es la esperanza que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas, y no habrían dejado rastros en la historia del mundo. Es lo que más divino pueda existir en el corazón del hombre.
Un profeta francés – Charles Péguy – nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (Cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos, y mucho menos por su caridad; sino lo que verdaderamente lo llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente. «Que esos pobres hijos – escribe – vean como van las cosas y que crean que irá mejor mañana». La imagen del poeta evoca los rostros de tanta gente que ha transitado por este mundo – campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor – que han luchado tenazmente no obstante la amargura de un hoy difícil, lleno de tantas pruebas, animado pero por la confianza que los hijos habrían tenido una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban en la esperanza.
La esperanza es el impulso en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes – pienso en los migrantes –, para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien los acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar… La esperanza es el impulso a “compartir el viaje”, porque el viaje se hace de a dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia sus corazones, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje de a dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el impulso a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!
La esperanza no es una virtud para
gente con el estómago lleno. Es por esto que, desde siempre, los pobres son los
primeros portadores de la esperanza. Y en este sentido podemos decir que los
pobres, también los mendigos, son los protagonistas de la Historia. Para entrar
en el mundo, Dios ha necesitado de ellos: de José y de María, de los pastores
de Belén. En la noche de la primera Navidad había un mundo que dormía,
recostado en tantas certezas adquiridas. Pero los humildes preparaban en lo
escondido la revolución de la bondad. Eran pobres de todo, alguno emergía un
poco sobre el umbral de la supervivencia, pero eran ricos del bien más precioso
que existe en el mundo, es decir, el deseo de cambio.
A veces, haber tenido todo de la vida
es una adversidad. Piensen en un joven al cual no le han enseñado la virtud de
la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar para nada, que ha
quemado las etapas y a veinte años “sabe ya cómo va el mundo”; la ha sido
destinada la peor condena: aquella de no desear más nada. Es esta, la peor
condena. Cerrar la puerta a los deseos, a los sueños. Parece un joven, en
cambio está ya cayendo el otoño sobre su corazón. Son los jóvenes del
otoño.
Tener un alma vacía es el peor
obstáculo a la esperanza. Es un riesgo al cual nadie puede estar excluido;
porque ser tentados contra la esperanza puede suceder también cuando se recorre
el camino de la vida cristiana. Los monjes de la antigüedad habían denunciado
uno de los peores enemigos del fervor. Decían así: ese “demonio del mediodía”
que va romper una vida de empeño, justamente cuando arde en lo alto el sol.
Esta tentación nos sorprende cuando menos lo esperamos: las jornadas se hacen
monótonas y aburridas, ningún valor más parece merecer la fatiga. Esta actitud
se llama desidia, que corroe la vida desde dentro hasta dejarla como un
contenedor vacío.
Cuando esto sucede, el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, jamás aceptada pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y para la felicidad, y no para complacernos en pensamientos melancólicos. Es por esto que es importante cuidar el propio corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios. Y allí donde nuestras fuerzas parecieran débiles y la batalla contra la angustia particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir esa oración sencilla, del cual encontramos rastros también en los Evangelios y que se ha convertido en el fundamento de tantas tradiciones espirituales cristianas: “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. Bella oración. “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. Esta es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir las puertas y resolver los problemas y hacerme ver el horizonte, el horizonte de la esperanza.
Cuando esto sucede, el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, jamás aceptada pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y para la felicidad, y no para complacernos en pensamientos melancólicos. Es por esto que es importante cuidar el propio corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios. Y allí donde nuestras fuerzas parecieran débiles y la batalla contra la angustia particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir esa oración sencilla, del cual encontramos rastros también en los Evangelios y que se ha convertido en el fundamento de tantas tradiciones espirituales cristianas: “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. Bella oración. “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. Esta es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir las puertas y resolver los problemas y hacerme ver el horizonte, el horizonte de la esperanza.
Hermanos y hermanas, no estamos solos
a combatir contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de
vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros,
nadie nos robará esa virtud de la cual tenemos absolutamente necesidad para
vivir. Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!
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