Día litúrgico:
Martes XXIV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 7,11-17): En aquel tiempo,
Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran
muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a
un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha
gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No
llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo:
«Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y
Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios,
diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado
a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la
región circunvecina.
Comentario: + Rev. D. Joan SERRA i Fontanet
(Barcelona, España).
«Joven, a ti te digo: levántate»
Hoy, dos comitivas se encuentran. Una comitiva que
acompaña a la muerte y otra que acompaña a la vida. Una pobre viuda, seguida
por sus familiares y amigos, llevaba a su hijo al cementerio y de pronto, ve la
multitud que iba con Jesús. Las dos comitivas se cruzan y se paran, y Jesús
dice a la madre que iba a enterrar a su hijo: «No llores» (Lc 7,13). Todos se
quedan mirando a Jesús, que no permanece indiferente al dolor y al sufrimiento
de aquella pobre madre, sino, por el contrario, se compadece y le devuelve la
vida a su hijo. Y es que encontrar a Jesús es hallar la vida, pues Jesús dijo
de sí mismo: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). San Braulio de Zaragoza escribe: «La esperanza de la resurrección debe confortarnos, porque
volveremos a ver en el cielo a quienes perdemos aquí».
Con la lectura del fragmento del Evangelio que nos habla
de la resurrección del joven de Naím, podría remarcar la divinidad de Jesús e
insistir en ella, diciendo que solamente Dios puede volver un joven a la vida;
pero hoy preferiría poner de relieve su humanidad, para que no veamos a Jesús
como un ser lejano, como un personaje tan diferente de nosotros, o como alguien
tan excesivamente importante que no nos inspire la confianza que puede
inspirarnos un buen amigo.
Los cristianos hemos de saber imitar a Jesús. Debemos
pedir a Dios la gracia de ser Cristo para los demás. ¡Ojalá que todo aquél que
nos vea, pueda contemplar una imagen de Jesús en la tierra! Quienes veían a san
Francisco de Asís, por ejemplo, veían la imagen viva de Jesús. Los santos son
aquellos que llevan a Jesús en sus palabras y obras e imitan su modo de actuar
y su bondad. Nuestra sociedad tiene necesidad de santos y tú puedes ser uno de
ellos en tu ambiente.
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