Día litúrgico: Sábado XV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 12,14-21): En aquel tiempo,
los fariseos se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle. Jesús, al
saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos. Y les mandó
enérgicamente que no le descubrieran; para que se cumpliera el oráculo del
profeta Isaías: «He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma
se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones.
No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no
la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el
juicio: en su nombre pondrán las naciones su esperanza».
Comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM
(Barcelona, España).
«Los curó a todos»
Hoy encontramos un doble mensaje. Por un lado, Jesús nos
llama con una bella invitación a seguirlo: «Le siguieron muchos y los curó a
todos» (Mt 12,15). Si le seguimos encontraremos remedio a las dificultades del
camino, como se nos recordaba hace poco: «Venid a mí todos los que estáis
fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Por otro lado, se
nos muestra el valor del amor manso: «No disputará ni gritará» (Mt 12,19).
Él sabe que estamos agobiados y cansados por el peso de
nuestras debilidades físicas y de carácter... y por esta cruz inesperada que
nos ha visitado con toda su crudeza, por las desavenencias, los desengaños, las
tristezas. De hecho, «se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle» (Mt
12,14). y... nosotros que sabemos que el discípulo no es más que el maestro
(cf. Mt 10,24), hemos de ser conscientes de que también tendremos que sufrir
incomprensión y persecución.
Todo ello constituye un fajo que pesa encima de nosotros,
un fardo que nos doblega. Y sentimos como si Jesús nos dijera: «Deja tu fardo a
mis pies, yo me ocuparé de él; dame este peso que te agobia, yo te lo llevaré;
descárgate de tus preocupaciones y dámelas a mí...».
Es curioso: Jesús nos invita a dejar nuestro peso, pero
nos ofrece otro: su yugo, con la promesa, eso sí, de que es suave y ligero. Nos
quiere enseñar que no podemos ir por el mundo sin ningún peso. Una carga u otra
la hemos de llevar. Pero que no sea nuestro fardo lleno de materialidad; que
sea su peso que no agobia.
En África, las madres y hermanas mayores llevan a los
pequeños en la espalda. Una vez, un misionero vio a una niña que llevaba a su
hermanito... Le dice: «¿No crees que es un peso demasiado grande para ti?». Ella
respondió sin pensárselo: «No es un peso, es mi hermanito y le amo». El amor,
el yugo de Jesús, no sólo no es pesado, sino que nos libera de todo aquello que
nos agobia.
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