Día litúrgico: Martes II del tiempo ordinario
Santoral 21 de Enero: San Fructuoso, obispo y mártir, y santos Augurio y Eulogio, diáconos y mártires
Texto del Evangelio (Mc 2,23-28): Un sábado, cruzaba
Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando
espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es
lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo
necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la
Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la
presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que
estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no
el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del
sábado».
Comentario: Rev. D. Ignasi FABREGAT i Torrents
(Terrassa, Barcelona, España).
El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre
para el sábado
Hoy como ayer, Jesús se las ha de tener con los fariseos,
que han deformado la Ley de Moisés, quedándose en las pequeñeces y olvidándose
del espíritu que la informa. Los fariseos, en efecto, acusan a los discípulos
de Jesús de violar el sábado (cf. Mc 2,24). Según su casuística agobiante,
arrancar espigas equivale a “segar”, y trillar significa “batir”: estas tareas
del campo —y una cuarentena más que podríamos añadir— estaban prohibidas en
sábado, día de descanso. Como ya sabemos, los panes de la ofrenda de los que
nos habla el Evangelio, eran doce panes que se colocaban cada semana en la mesa
del santuario, como un homenaje de las doce tribus de Israel a su Dios y Señor.
La actitud de Abiatar es la misma que hoy nos enseña
Jesús: los preceptos de la Ley que tienen menos importancia han de ceder ante
los mayores; un precepto ceremonial debe ceder ante un precepto de ley natural;
el precepto del reposo del sábado no está, pues, por encima de las elementales
necesidades de subsistencia. El Concilio Vaticano II, inspirándose en la
perícopa que comentamos, y para subrayar que la persona ha de estar por encima
de las cuestiones económicas y sociales, dice: «El orden social y su progresivo
desarrollo se han de subordinar en todo momento al bien de la persona, porque
el orden de las cosas se ha de someter al orden de las personas, y no al revés.
El mismo Señor lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el
hombre, y no el hombre para el sábado (cf. Mc 2,27)».
San Agustín nos dice: «Ama y haz lo que quieras». ¿Lo
hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga
el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir,
ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo
hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos
ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en
nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él.
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