Día litúrgico: Lunes I del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 1,14-20): Después que Juan
fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la
Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón,
largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid
conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando
las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de
Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes;
y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con
los jornaleros, se fueron tras Él.
Comentario: Rev. D. Joan COSTA i Bou
(Barcelona, España).
Convertíos y creed en la Buena Nueva
Hoy, el Evangelio nos invita a la conversión. «Convertíos
y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). Convertirse, ¿a qué?; mejor sería decir,
¿a quién? ¡A Cristo! Así lo expresó: «El que ama a su padre o a su madre más
que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe y
hacerlo operativo por la caridad. Convertirse quiere decir reconocer a Cristo
como único señor y rey de nuestros corazones, de los que puede disponer.
Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la
historia humana, también de la nuestra personal, a sabiendas de que Él es el
origen, el centro y el fin de toda la historia, y que por Él todo ha sido
redimido y en Él alcanza su plenitud. Convertirse supone vivir de esperanza,
porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la
garantía.
Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de
todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con
todas nuestras fuerzas. Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento
y nuestra voluntad, de tal manera que nuestro comportamiento haga realidad el
lema episcopal del Santo Padre, Juan Pablo II, Totus tuus, es decir, Todo tuyo, Dios mío; y todo es: tiempo,
cualidades, bienes, ilusiones, proyectos, salud, familia, trabajo, descanso,
todo. Convertirse requiere, entonces, amar la voluntad de Dios en Cristo por
encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo que acontece de parte de Dios,
incluso contradicciones, humillaciones, enfermedades, y descubrirlas como
tesoros que nos permiten manifestar más plenamente nuestro amor a Dios: ¡si Tú
lo quieres así, yo también lo quiero!.
Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés,
Santiago y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él (cf. Mc 1,18), una
vez oída su voz. Convertirse es que Cristo lo sea todo en nosotros.
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