Hoy, cuando ya quedan pocos días para entrar en la Semana
Santa, el Señor nos pide que luchemos para vivir unas cosas muy concretas,
pequeñas, pero, a veces, no fáciles. A lo largo de la reflexión las iremos
explicando: básicamente, se trata de perseverar en su palabra. ¡Qué importante
es referir nuestra vida siempre al Evangelio! Preguntémonos: ¿qué haría Jesús
en esta situación que debo afrontar? ¿Cómo trataría a esta persona que me
cuesta especialmente? ¿Cuál sería su reacción ante esta circunstancia? El
cristiano debe ser —según san Pablo— “otro Cristo”: «Vivo, pero no yo, sino que
es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). El reflejo del Señor en nuestra vida de
cada día, ¿Cómo es? ¿Soy su espejo?
El Señor nos asegura que, si perseveramos en su palabra,
conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres (cf. Jn 8,32). Decir la
verdad no siempre es fácil. ¿Cuántas veces se nos escapan pequeñas mentiras,
disimulamos, nos “hacemos los sordos”? A Dios no le podemos engañar. Él nos ve,
nos contempla, nos ama y nos sigue en el día a día. El octavo mandamiento nos
enseña que no podemos hacer falsos testimonios, ni decir mentiras, por pequeñas
que sean, o aunque puedan parecernos insignificantes. Tampoco caben las
mentiras “piadosas”. «Sea, pues, vuestra palabra: ‘Sí, sí’, ‘No, no’» (Mt
5,37), nos dice Jesucristo en otro momento. La libertad, esta tendencia al
bien, está muy relacionada con la verdad. A veces, no somos suficientemente
libres porque en nuestra vida hay como un doble fondo, no somos claros. Hemos
de ser contundentes. El pecado de la mentira nos esclaviza.
«Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí» (Jn 8,42),
dice el Señor. ¿Cómo se concreta nuestro afán diario por conocer al Maestro?
¿Con qué devoción leemos el Evangelio, por poco que sea el tiempo de que
dispongamos? ¿Qué poso deja en mi vida, en mi día? ¿Se podría decir, viéndome,
que leo la vida de Cristo?
Comentario: Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu
(Rubí, Barcelona, España).
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