Día litúrgico: 6 de Agosto: La
Transfiguración del Señor (C)
Texto del Evangelio (Lc 9,28-36): En aquel tiempo,
Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió
que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de
una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran
Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que
iba a cumplir en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían
despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Y
sucedió que, al separarse ellos de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es
estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se
formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron
de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi
Elegido; escuchadle». Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo.
Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían
visto.
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant
Cugat del Vallès, Barcelona, España).
«Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres
tiendas (…)»
Hoy, meditando la Transfiguración, intuimos la situación
del hombre en el Cielo. Lo que más nos interesa es contemplar la espontánea
reacción de los “interlocutores terrenales” de esa escena. Una vez más, es
Simón Pedro quien toma la palabra: «Maestro, bueno es estarnos aquí» (Lc 9,33).
Es maravilloso comprobar que, sólo con ver el Cuerpo de Cristo en estado
glorioso, Pedro se siente plenamente feliz: no echa en falta nada más.
«Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés
y otra para Elías». La reacción de Pedro muestra el dinamismo más auténtico del
amor: él ya no piensa en su propia comodidad; él quiere retener aquella
situación de profunda felicidad, procurando el bien de los otros (en este caso,
interpretado de una manera muy humana: ¡unas tiendas!). Es la manifestación más
clara del verdadero amor: soy feliz porque te hago feliz; soy feliz
entregándome a tu felicidad.
Además, es muy revelador el hecho de que Simón reconozca
intuitivamente a Moisés y Elías. Pedro, lógicamente, tenía noticia de ellos,
pero nunca los había visto (¡habían vivido siglos antes!) y, en cambio, los
reconoce inmediatamente (como si los hubiese conocido desde siempre). He ahí
una muestra del elevado grado de conocimiento del hombre en el Cielo: al
contemplar a Dios “cara a cara”, experimentará una inimaginable ampliación de
su saber (una participación mucho más profunda en la Verdad). En fin, «la
“divinización” en el otro mundo aportará al espíritu humano una tal “gama de
experiencias” de la verdad y del amor, que el hombre nunca habría podido
alcanzar en la vida terrena» (San Juan Pablo II).
Finalmente, Simón,
sólo con ver a Moisés y a Elías, no solamente los conoce al
instante, sino que también los ama inmediatamente (piensa en hacer una tienda
para cada uno de ellos). San Pedro,
Papa (el primero de la Iglesia), pero pescador, expresa este amor de una manera
sencilla; santa Teresa, monja, pero
Doctora (de la Iglesia) expresó la lógica del amor de manera profunda: «El
contento de contentar al otro excede a mi contento».
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