Día litúrgico: Sábado II del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 3,20-21): En aquel tiempo,
Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían
comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían:
«Está fuera de sí».
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant
Cugat del Vallès, Barcelona, España).
«Está fuera de sí»
Hoy vemos cómo los propios de la parentela de Jesús se
atreven a decir de Él que «está fuera de sí» (Mc 3,21). Una vez más, se cumple
el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece
de prestigio» (Mt 13,57). Ni que decir tiene que esta lamentación no “salpica”
a María Santísima, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella
se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y
confianza hacia su Hijo.
Ahora bien, ¿y nosotros? ¡Hagamos examen! ¿Cuántas
personas que viven a nuestro lado, que las tenemos a nuestro alcance, son luz
para nuestras vidas, y nosotros...? No nos es necesario ir muy lejos: pensemos
en el Papa Juan Pablo II: ¿cuánta gente le siguió, y... al mismo tiempo,
cuántos le interpretaban como un “tozudo-anticuado”, celoso de su “poder”? ¿Es
posible que Jesús —dos mil años después— todavía siga en la Cruz por nuestra
salvación, y que nosotros, desde abajo, continuemos diciéndole «baja y
creeremos en ti» (cf. Mc 15,32)?
O a la inversa. Si nos esforzamos por configurarnos con
Cristo, nuestra presencia no resultará neutra para quienes interaccionan con
nosotros por motivos de parentesco, trabajo, etc. Es más, a algunos les
resultará molesta, porque les seremos un reclamo de conciencia. ¡Bien
garantizado lo tenemos!: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a
vosotros» (Jn 15,20). Mediante sus burlas esconderán su miedo; mediante sus
descalificaciones harán una mala defensa de su “poltronería”.
¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser
“exagerados”? Les hemos de responder que no lo somos, porque en cuestiones de
amor es imposible exagerar. Pero sí que es verdad que somos “radicales”, porque
el amor es así de “totalizante”: «o todo, o nada»; «o el amor mata al yo, o el
yo mata al amor».
Es por esto que san Juan Pablo II nos habló de “radicalismo evangélico” y de “no tener miedo”:
«En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse
llevar por la pereza».
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