Hoy, mediante su Bautismo, Jesús anticipa su propia muerte
en la cruz ("desapareciendo" bajo las aguas del Jordán), al mismo
tiempo que también anticipa su resurrección ("emergiendo" de las
mismas aguas). Es una simbología que remite a la realidad: Jesucristo realmente
ingresará en —se hará cargo de— nuestros pecados descendiendo hasta el
"infierno", hasta la "casa del mal". Lo hace no sólo como
espectador —como ocurre en Dante—, sino, sobre todo,
"padeciendo-con-nosotros". Y, con un sufrimiento transformador,
convierte los infiernos, abre y derriba las puertas del abismo.
El "bautismo con agua" que administraba Juan
recibe su pleno significado a partir del bautismo de vida y de muerte de
Jesucristo. Aceptar la invitación al Bautismo significa ahora trasladarse al
lugar del Bautismo de Jesús y, así, recibir, en su identificación con nosotros,
nuestra identificación con Él.
—El sacramento del Bautismo aparece, por tanto, como una
participación en la lucha transformadora del mundo emprendida por Jesús en el
cambio de vida que se ha producido en su descenso y ascenso.
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano).
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