Día litúrgico: Jueves II del tiempo ordinario
Santoral 21 de Enero: San Fructuoso, obispo y mártir, y santos Augurio y Eulogio, diáconos y mártires
Texto del Evangelio (Mc 3,7-12): En aquel tiempo,
Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran
muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro
lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al
oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus
discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues
curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima
para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y
gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no
le descubrieran.
Comentario: Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes
de Freser, Girona, España).
«Le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de
Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de
Tiro y Sidón»
Hoy, todavía reciente el bautismo de Juan en las aguas del
río Jordán, deberíamos recordar el talante de conversión de nuestro propio
bautismo. Todos fuimos bautizados en un solo Señor, una sola fe, «en un solo
Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). He aquí el ideal de unidad:
formar un solo cuerpo, ser en Cristo una sola cosa, para que el mundo crea.
En el Evangelio de hoy vemos cómo «una gran muchedumbre de
Galilea» y también otra mucha gente procedente de otros lugares (cf. Mc 3,7-8)
se acercan al Señor. Y Él acoge y procura el bien para todos, sin excepción.
Esto lo hemos de tener muy presente durante el octavario de oración para la
unidad de los cristianos.
Démonos cuenta de cómo, a lo largo de los siglos, los
cristianos nos hemos dividido en católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, y
un largo etcétera de confesiones cristianas. Pecado histórico contra una de las
notas esenciales de la Iglesia: la unidad.
Pero aterricemos en nuestra realidad eclesial de hoy. La
de nuestro obispado, la de nuestra parroquia. La de nuestro grupo cristiano.
¿Somos realmente una sola cosa? ¿Realmente nuestra relación de unidad es motivo
de conversión para los alejados de la Iglesia? «Que todos sean uno, para que el
mundo crea» (Jn 17,21), ruega Jesús al Padre. Éste es el reto. Que los paganos
vean cómo se relaciona un grupo de creyentes, que congregados por el Espíritu
Santo en la Iglesia de Cristo tienen un solo corazón y una sola alma (cf. Hch
4,32-34).
Recordemos que, como fruto de la Eucaristía —a la vez que
la unión de cada uno con Jesús— se ha de manifestar la unidad de la Asamblea,
ya que nos alimentamos del mismo Pan para ser un solo cuerpo. Por tanto, lo que
los sacramentos significan, y la gracia que contienen, exigen de nosotros
gestos de comunión hacia los otros. Nuestra conversión es a la unidad
trinitaria (lo cual es un don que viene de lo alto) y nuestra tarea
santificadora no puede obviar los gestos de comunión, de comprensión, de
acogida y de perdón hacia los demás.
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