Día litúrgico: 30 de Diciembre (Día sexto
de la octava de Navidad)
Texto del Evangelio (Lc 2,36-40): Había también una
profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después
de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los
ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día
en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios
y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor,
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía,
llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.
Comentario: Rev. D.
Joaquim FLURIACH i Domínguez (St. Esteve de P., Barcelona, España).
«Alababa a Dios y hablaba del Niño a todos»
Hoy, José y María acaban de celebrar el rito de la
presentación del primogénito, Jesús, en el Templo de Jerusalén. María y José no
se ahorran nada para cumplir con detalle todo lo que la Ley prescribe, porque
cumplir aquello que Dios quiere es signo de fidelidad, de amor a Dios.
Desde que su hijo —e Hijo de Dios— ha nacido, José y María
experimentan maravilla tras maravilla: los pastores, los magos de Oriente,
ángeles... No solamente acontecimientos extraordinarios exteriores, sino
también interiores, en el corazón de las personas que tienen algún contacto con
este Niño.
Hoy aparece Ana, una señora mayor, viuda, que en un
momento determinado tomó la decisión de dedicar toda su vida al Señor, con
ayunos y oración. No nos equivocamos si decimos que esta mujer era una de las
“vírgenes prudentes” de la parábola del Señor (cf. Mt 25,1-13): siempre velando
fielmente en todo aquello que le parece que es la voluntad de Dios. Y está
claro: cuando llega el momento, el Señor la encuentra a punto. Todo el tiempo
que ha dedicado al Señor, aquel Niño se lo recompensa con creces.
—¡Preguntadle, preguntadle a Ana si ha valido la pena tanta oración y tanto
ayuno, tanta generosidad!
Dice el texto que «alababa a Dios y hablaba del Niño a
todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38). La alegría se
transforma en apostolado decidido: ella es el motivo y la raíz. El Señor es
inmensamente generoso con los que son generosos con Él.
Jesús, Dios Encarnado, vive la vida de familia en Nazaret,
como todas las familias: crecer, trabajar, aprender, rezar, jugar... ¡“Santa
cotidianeidad”, bendita rutina donde crecen y se fortalecen casi sin darse
cuenta la almas de los hombres de Dios! ¡Cuán importantes son las cosas
pequeñas de cada día!
No hay comentarios:
Publicar un comentario