Día litúrgico: Miércoles III de Adviento
Texto del Evangelio (Lc 7,19-23): En aquel tiempo,
Juan envió a dos de sus discípulos a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de
venir, o debemos esperar a otro?». Llegando donde Él aquellos hombres, dijeron:
«Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ‘¿Eres tú el que ha de venir o
debemos esperar a otro?’».
En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y
dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió:
«Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se
anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en
mí!».
Comentario: Rev. D. Bernat GIMENO i Capín (Barcelona,
España).
«Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios...»
Hoy, cuando vemos que en nuestra vida no sabemos qué hemos
de esperar, cuando a veces perdemos la ilusión porque no nos atrevemos a mirar
más allá de nuestras deficiencias, cuando estamos alegres por ser fieles a
Jesucristo y, a la vez, inquietos o lánguidos por no saborear los frutos de
nuestra misión apostólica, el Señor quiere que nos preguntemos como Juan
Bautista: «¿Debemos esperar a otro?» (Lc 7,20).
Está claro, el Señor es “listo”, y quiere aprovechar esta
incertidumbre —por cierto, de lo más normal— para que hagamos examen de toda
nuestra vida, veamos nuestras deficiencias, nuestros esfuerzos, nuestras
enfermedades... y, así, nos reafirmemos en nuestra fe y multipliquemos
“infinitamente” nuestra esperanza.
El Señor no tiene límites a la hora de cumplir su misión:
«Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...» (Lc 7,22).
¿Dónde tengo puesta mi esperanza? ¿Dónde tengo situada mi alegría? Porque la
esperanza está íntimamente relacionada con la alegría interior. El cristiano,
como es natural, ha de vivir como una persona normal de la calle, pero siempre
con los ojos puestos en Cristo, que no falla nunca. Un cristiano no puede vivir
su vida al margen de la de Cristo y de su Evangelio. Centremos nuestra mirada
en Él, que todo lo puede, absolutamente todo, y no pongamos límites a nuestra
esperanza. «En Él encontrarás mucho más de lo que puedes desear o pedir» (San Juan de la Cruz).
La liturgia no es un “juego sagrado”, y la Iglesia nos da
este tiempo de Adviento porque quiere que cada creyente reanime en Cristo la
virtud de la esperanza en su vida. Frecuentemente, la perdemos porque confiamos
demasiado en nuestras fuerzas y no queremos reconocernos “enfermos”,
necesitados de la mano sanadora del Señor. Pero así ha de ser, y como Él nos conoce
y sabe que todos estamos hechos de la misma “pasta”, nos ofrece su mano
salvadora. —Gracias, Señor, por sacarme del barro y llenarme de esperanza el
corazón.
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