Día litúrgico: Lunes XXIX del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 12,13-21): En aquel tiempo,
uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia
conmigo». Él le respondió: «¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor
entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en
la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».
Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico
dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo
donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis
graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis
bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos
años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma
noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así
es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».
Comentario: Fray Lluc TORCAL Monje del
Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España).
«La vida de uno no está asegurada por sus bienes»
Hoy, el Evangelio, si no nos tapamos los oídos y no
cerramos los ojos, causará en nosotros una gran conmoción por su claridad:
«Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno
no está asegurada por sus bienes» (Lc 12,15). ¿Qué es lo que asegura la vida
del hombre?
Sabemos muy bien en qué está asegurada la vida de Jesús,
porque Él mismo nos lo ha dicho: «El Padre tiene el poder de dar la vida, y ha
dado al Hijo ese mismo poder» (Jn 5,26). Sabemos que la vida de Jesús no
solamente procede del Padre, sino que consiste en hacer su voluntad, ya que éste
es su alimento, y la voluntad del Padre equivale a realizar su gran obra de
salvación entre los hombres, dando la vida por sus amigos, signo del más
excelso amor. La vida de Jesús es, pues, una vida recibida totalmente del Padre
y entregada totalmente al mismo Padre y, por amor al Padre, a los hombres. La
vida humana, ¿podrá ser entonces suficiente en sí misma? ¿Podrá negarse que
nuestra vida es un don, que la hemos recibido y que, solamente por eso, ya
debemos dar gracias? «Que nadie crea que es dueño de su propia vida» (San Jerónimo).
Siguiendo esta lógica, sólo falta preguntarnos: ¿Qué
sentido puede tener nuestra vida si se encierra en sí misma, si halla su agrado
al decirse: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa,
come, bebe, banquetea» (Lc 12,19)? Si la vida de Jesús es un don recibido y
entregado siempre en el amor, nuestra vida —que no podemos negar haber
recibido— debe convertirse, siguiendo a la de Jesús, en una donación total a
Dios y a los hermanos, porque «quien vive preocupado por su vida, la perderá»
(Jn 12,25).
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