Día litúrgico: Martes VII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo,
Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se
supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será
entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto
resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba:
«¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían
discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y
les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor
de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus
brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me
recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha
enviado».
Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells
(Salt, Girona, España).
El Hijo del hombre será entregado
Hoy, el Evangelio nos trae dos enseñanzas de Jesús, que
están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que
«le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Es la
voluntad del Padre para Él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos
de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos
hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por
nosotros muestra la infinidad del Amor de Dios: un Amor sin medida, un Amor al
que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la Cruz.
Resulta aterrador escuchar la reacción de los Apóstoles,
todavía demasiado ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de
aprender del Maestro: «No entendían lo que les decía» (Mc 9,32), porque por el
camino iban discutiendo quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les
toca recibir, no se atreven a hacerle ninguna pregunta.
Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el
último y servidor de todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el
Señor ha querido identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida
porque así estamos abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de
vida para ir caminando.
Así lo explica con claridad el Santo Cura de Ars, Juan Bautista Mª Vianney: «Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para
hacer la de los otros, siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios,
conseguimos grandes méritos, que sólo Dios conoce». Jesús enseña con sus
palabras, pero sobre todo enseña con sus obras. Aquellos Apóstoles, en un
principio duros para entender, después de la Cruz y de la Resurrección,
seguirán las mismas huellas de su Señor y de su Dios. Y, acompañados de María
Santísima, se harán cada vez más pequeños para que Jesús crezca en ellos y en
el mundo.
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