01-11-2011 Radio Vaticana
Martes, 1 nov (RV).- En el día de Todos los Santos, el Papa Benedicto rezó la oración del Ángelus desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, acompañado de multitud de peregrinos. En su saludo a los peregrinos de lengua española, invita a contemplar el amor infinito de Dios, que se refleja en la victoria de los que ya gozan de su gloria en el cielo.
“Saludo con afecto a los fieles de lengua española presentes en esta oración mariana. En la solemnidad de Todos los Santos, la Liturgia nos invita a contemplar el amor infinito de Dios, que se refleja en la victoria de los que ya gozan de su gloria en el cielo. Es el amor del Padre que nos llama a ser hijos suyos, nos entrega a su propio Hijo para redimirnos con su sangre purificadora. Por eso nos proclama dichosos aun cuando sufrimos tribulación, porque en Él tenemos nuestra esperanza. Respondamos con generosidad y coherencia a ese don, que ha sido derramado en nuestros corazones, siendo Santos como Dios es Santo, para que también en nosotros se manifieste su gloria. Que Dios os bendiga”.
Momento Colmado de Satisfacción.
Texto completo de la reflexión del Papa Benedicto, previo a la oración del ángelus y saludos en distintas lenguas a los peregrinos, después de la oración:
Queridos hermanos y hermanas
La Solemnidad de Todos los Santos es ocasión propicia para elevar la mirada desde las realidades terrenas, ritmadas por el tiempo, a la dimensión de Dios, la dimensión de la eternidad y de la santidad. Hoy, la liturgia nos recuerda que la santidad es la vocación originaria de cada bautizado (cfr. Lumen Gentium, 40). Cristo, de hecho, que con el Padre y con el Espíritu es el sólo Santo (cfr. Ap. 15,4), ha amado a la Iglesia como su esposa y se ha dado a sí mismo por ella, a fin de santificarla (Ef. 5,25-26). Por esta razón todos los miembros del Pueblo de Dios están llamados a ser santos, según la afirmación del apóstol Pablo: “La voluntad de Dios es que sean santos” (1 Ts 4,3). Por lo tanto, estamos invitados a mirar la Iglesia no en su aspecto temporal y humano, marcado por la fragilidad, sino como Cristo la ha querido, esto es “comunión de los Santos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 946). En el Credo, la profesamos “santa”, en cuanto es el Cuerpo de Cristo, es instrumento de participación a los santos misterios, en primer lugar la Eucaristía, es familia de los Santos a cuya protección venimos confiados en el día del Bautismo.
Hoy veneramos propiamente esta innumerable comunidad de Todos los Santos, los cuales, a través de sus diferentes recorridos de vida, nos indican diversos caminos de santidad, unidos por un único denominador: seguir a Cristo y conformarse a Él, hasta lo último de nuestra realidad humana. Todos los estados de vida, de hecho, pueden llegar a ser, con la acción de la gracia y con el empeño y la perseverancia de cada uno, caminos de santificación. La conmemoración de los fieles difuntos, a la que es dedica la jornada de mañana 2 de noviembre, nos ayuda a recordar a nuestros seres queridos que nos han dejado y a todas las almas en camino hacia la plenitud de la vida, propiamente en el horizonte de la Iglesia celeste, a la que la Solemnidad de hoy nos ha elevado.
Desde los primeros tiempos de la fe cristiana, la Iglesia terrena, reconociendo la comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, ha cultivado con gran piedad la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragio por ellos. Nuestra oración por los muertos es, por lo tanto, no sólo útil sino necesaria, en cuanto ella no sólo los puede ayudar, sino que al mismo tiempo hace eficaz su intercesión en nuestro favor (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 958). También la visita a los cementerios mientras custodia el ligamen de afecto con quienes nos han amado en esta vida, nos recuerda que todos tendemos hacia otra vida, más allá de la muerte. El llanto, debido al desprendimiento terreno, no prevalezca por esto sobre la certeza de la resurrección, sobre la esperanza de alcanzar la bienaventuranza de la eternidad, “momento colmado de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad” (Spe Salvi, 12). El objeto de nuestra esperanza de hecho es de gozar de la presencia de Dios en la eternidad. Lo ha prometido Jesús a sus discípulos: “Los veré de nuevo y su corazón se alegrará y ninguno podrá quitarles este gozo” (Jn 16,22).
A la Virgen, Reina de Todos los Santos, confiamos nuestra peregrinación hacia la patria celeste, mientras invocamos para los hermanos y las hermanas difuntos su materna intercesión. (Traducción del italiano: Claudia Alberto, jesuita Guillermo Ortiz).
Saludando a los peregrinos francófonos, el Pontífice ha señalado que “la solemnidad de Todos los Santos nos acerca a todos aquellos y aquellas que Dios ha hecho entrar en la estela de su luz. Este día nos debe hacer recordar que también nosotros -ha dicho el Papa- estamos en camino hacia la santidad. En cada uno de nosotros brilla una chispa de la luz de Dios, que está llamada a resplandecer. Pongámonos, pues, a la escucha de las Bienaventuranzas, donde Jesús nos enseña la manera de avanzar en el camino que conduce a la gloria del cielo. Así vamos a encontrar la dicha de compartir la vida de Dios con todos los santos. ¡Feliz Día de Todos los Santos a todos!
Felicitando con alegría en este día de Todos los Santos, también en inglés, el Papa ha destacado que esta fiesta, unida a la conmemoración de mañana de los fieles difuntos, nos habla de la belleza de nuestra fe o de la alegría que nos espera en el cielo, con nuestros seres queridos que reposan en Cristo. Recemos – ha alentado el Santo Padre – para que todos podamos alcanzar, un día, unidos en la alegría, la casa del Padre.
Asimismo, Benedicto XVI ha saludado a los hermanos y hermanas polacos, pensando en la alegría de todos aquellos a quienes Dios ha introducido ya en su gloria. “Ellos son los beatos: disfrutan de la vida eterna”, "ven a Dios tal cual es" (Cfr. 1 Jn 3,3). “El testimonio de su fe y santidad de la vida sea para nosotros ejemplo en el camino que nos lleva a la casa del Padre. Que este pensamiento fortalezca vuestra esperanza, cuando oréis ante las tumbas de vuestros seres queridos. Os bendigo de corazón”. (Traducción: Celicia de Malak y Eduardio Rubió).
No hay comentarios:
Publicar un comentario