Lectura
del santo Evangelio según San Lucas 9, 11b-17
En aquel tiempo, Jesús se puso a
hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
–Despide a la gente que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
El les contestó:
–Dadles vosotros de comer.Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
–Despide a la gente que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
El les contestó:
Ellos replicaron:
–No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.)
Jesús dijo a sus discípulos:
–Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Pautas para la homilía
Ahora
no nos interesan tanto las motivaciones históricas o doctrinales sobre la
fiesta sino su implicación espiritual y pastoral.
La
primera lectura nos muestra la figura de Melquisedec, rey y sacerdote, que
ofrece pan y vino, un sacrificio más espiritual que los holocaustos de
animales, y que nos presenta un sacerdocio original. Abrahán, por su parte,
muestra agradecimiento dando de lo que ha recibido. Se nos habla de acogida, de
compartir, de bendecir, de servir a la paz, de generosidad, de ser agradecidos.
El
salmo es una clara respuesta de alabanza a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Rey que defiende a su pueblo. Sacerdote que da su vida por amor.
En
la segunda lectura, San Pablo insiste en lo fundamental de la celebración de la
Cena del Señor y en su memorial: Haced esto. La participación en la Eucaristía
nos une a todos por igual. Todos recibimos a Cristo y todos estamos llamados a
darlo. Predicar su amor, dando su amor, todos los días de nuestra vida.
En
el Evangelio se nos presenta el milagro de la multiplicación como un signo
espiritual de la Eucaristía, destinada pastoralmente a alimentar a todas las
personas.
La
celebración de la Eucaristía, la adoración del Señor, no es sólo una vivencia
personal sino una convivencia con la comunidad. No podemos separar el saciarnos
de Cristo, de saciar el hambre de los hermanos. Quién comulga con Cristo no
puede dejar de comulgar con los hermanos. Nuestra misión es dar lo dado, lo
contemplado, lo que se nos ha dado y, una vez gustado, comprobado su valor,
darlo. De nada sirve una liturgia que no llegue a comprometernos a nada.
Contemplemos
a Cristo en la custodia y demos a Cristo en nuestra vida. Sea, cada uno,
custodia que muestre a Cristo y se dé, sin reservas, como Él.
Quienes
comemos el Cuerpo de Cristo debemos sentirnos llamados a dar de comer. Y hemos
de hacerlo como Jesús nos enseñó: dándonos, entregándonos, por amor, como Él
nos amó. Sin miedos, sin excusas. Dios siempre provee.
La
gastronomía está de moda. Se habla del placer de comer e, incluso, de preparar
la comida y ofrecer una presentación llamativa. Todo bien, si no se saca de
quicio. Dios puso el placer para incentivar la necesidad de comer para vivir.
Así, el Pan de Vida es gozo para cuantos lo comemos. Preparemos, presentemos el
banquete, llamemos a los invitados, sentémonos con traje de fiesta y gocemos
con el Señor.
Puede
que nos ayude el meditar, cada uno en su lengua materna, los himnos Pange
Lingua y Adoro te devote, de Santo Tomás de Aquino, que quizá cantemos en latín
en los diversos actos litúrgicos del día. Son una maravilla de precisión y
concisión teológica. Recordemos expresiones como “Canta, lengua” “Pan
verdadero… y, aunque fallan los sentidos, sólo la fe es suficiente para
fortalecer el corazón en la verdad” y del Adorote te devote “nada es más
verdadero que esta Palabra de verdad”.
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