Lectura
del santo evangelio según san Mateo 7,15-20
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se
acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos
los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los
cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos
malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un
árbol dañado dar frutos
buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir,
que por sus frutos los conoceréis.
Reflexión
del Evangelio de hoy
Lee tus
sueños en el universo de la vida
El Señor
se acerca a Abrán en su vejez, y concierta con él una alianza: “a tu
descendencia le daré esta tierra…” Cuando ya la historia de aquel hombre mayor
se iba adentrando en la noche de la vida, Dios le invita a mirar al cielo y
contar las estrellas. “Así será tu descendencia”, y Abrán le creyó . Un
descendiente de Sem, hijo de Noé, será el padre de un nuevo pueblo.
Descendencia y tierra son los pilares que lo hacen posible. El pueblo de Israel
lee su historia en clave de fe, y se descubre bendecido por Dios, fruto de una
promesa divina.
La imagen
que evoca este texto del Génesis resulta ingenua e idealista, como una historia
de Disney para niños. Pero si tenemos el suficiente valor para creer de veras
que Dios va más allá de lo humanamente posible, de nuestros cálculos de
probabilidades, de nuestra mente más práctica y realista, quizás podamos
adentrarnos en el mundo de la fe, ahí donde se gesta la esperanza y encuentra
su raíz el amor. A veces dejamos que la vida nos vuelva raquíticos en sueños e
ideales, y en fe y compromiso. Empequeñecemos la fe y quisiéramos hasta
empequeñecer a Dios mismo. Pero siempre tenemos la oportunidad de levantar la
mirada y descubrir la promesa de Dios ahí, real e inmensa, porque nos sigue
regalando la creación cada día, y niños y niñas a los que dejar un mundo mejor.
Y eso implica comprometernos con ella.
Puede que
la confianza y la generosidad de Abrán nos animen a Soñar, en mayúsculas. Y
quizás así salgamos de existencias mediocres y adormecidas. Porque la tarea es
grande: cuidar de lo creado y forjar un mundo bueno para las generaciones
futuras. Dios nos da tierra y descendencia, a nosotros nos toca cumplir nuestra
parte de la alianza.
Que tus
frutos broten de lo más profundo de ti mismo
El texto
de Mateo, enmarcado en el Sermón del monte, desarrolla uno de los temas que va
desgranando este discurso de Jesús: el árbol y sus frutos. La nueva Alianza es
exigente, supone una Nueva Ley, aún más radical y profundamente humanizadora.
Jesús es el verdadero profeta, por sus frutos le conocemos, es el que nos ha
amado hasta el extremo, el que da su vida por nosotros y nos llama amigos. No
basta profesar que creemos en él, si nuestra vida no es coherente con lo que
decimos. “Por sus frutos le conoceréis”
Hace poco
leía en un texto de Pedro Pérez “Paisajes del camino interior”, que estamos
llamados no sólo a vivir en el mundo, sino a habitarlo. Y para ello, era
necesario habitarse primero a sí mismo, “interiorizarse”, descubrir la propia
identidad y madurar. Y el nivel de madurez lo medía por la capacidad de amar, y
para el cristiano, por hacer de la vida un seguimiento de Cristo.
La tarea
del discípulo está clara: cuidar nuestro propio interior, para dar buenos
frutos; cuidar del mundo que se nos ha dado, habitándolo y transformándolo con
respeto; amar haciendo posible la fraternidad humana, la dignidad y el cuidado
de los más débiles. La alianza está sellada. El pequeño o gran gesto de cada
día es cosa nuestra. A nadie se le pide lo imposible, ni que dé el fruto de
otro árbol, solo se le pide su propio fruto, aquel que Dios ha soñado de él.
Tenemos
una preciosa responsabilidad, ser lo mejor de nosotros mismos. Y hemos de serlo
con generosidad y confianza. Porque somos una promesa de Dios.
Hna. Águeda Mariño Rico O.P.
Congregación de Santo Domingo
Congregación de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/26-6-2019/
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