Lectura
del santo evangelio según san Juan 16,29-33
En aquel
tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: - «Ahora sí que hablas claro y no usas
comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten;
por ello creemos que saliste de Dios.» Les contestó Jesús: - ¿Ahora creéis?
Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os
disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo,
porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz
en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
A la
espera del Espíritu
La
madurez en la fe no se adquiere de golpe. Hay una evolución progresiva en la
experiencia creyente. Este fragmento de los Hechos de los Apóstoles nos muestra
a unos discípulos todavía poco familiarizados con la nueva fe que profesan. Aún
no han oído hablar “de un Espíritu Santo”. Probablemente el nombre les suene,
pero no son conscientes de que, después de Pentecostés, el don del Espíritu
Santo ha sido derramado sobre la comunidad en pleno.
Estos
hombres han sido evangelizados probablemente por Apolo, todavía poco versado en
la vida de la nueva comunidad. El bautismo que han recibido es sólo el de Juan.
Pablo les aclara que ese bautismo era de conversión, pero que el mismo Juan el
Bautista hablaba de Jesús, el que tenía que venir y en el que tendrían que
creer.
“Al oír
esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús”. Lo que caracteriza al
bautismo cristiano es la invocación del Nombre (es decir, de la persona) de
Jesús y el don del Espíritu, que reside en cada uno para llevarlo al
conocimiento pleno del mensaje de Jesús y a vivirlo con gozo y con fidelidad.
El Bautista también había dicho: “Yo os bautizo con agua, pero detrás de mí
viene uno que os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Bautismo y Espíritu son
indisociables en la identidad de los cristianos.
La
presencia en ellos de ese Espíritu se manifiesta en varios signos: hablar en
lenguas y en nombre de Dios (esto segundo es básicamente la profecía). Todo
cristiano, en virtud de su bautismo, es un profeta, aunque no siempre ejerza
como tal.
El
Espíritu, revelador definitivo
Los
discípulos de Jesús creen haber descubierto, por fin, el misterio de su
Maestro. Pero, en realidad, todavía su fe es frágil y borrosa. Se dan cuenta de
que el Maestro les da a conocer sus secretos sin necesidad de que le pregunten
nada. Pero no han advertido todavía su debilidad: cuando llegue el momento, “la
hora”, se dispersarán y huirán de la cercanía de Jesús, por el peligro que
supondrá para ellos.
Jesús les
anticipa que lo dejarán solo. Pero también les asegura que esa soledad es solo
parcial, ya que el Padre está siempre junto a él. Es un reproche implícito del
comportamiento que van a mostrar, pero también una advertencia que les
permitirá, en su momento, recapacitar en lo que él les había dicho, y reforzará
su fe, devolviéndoles la paz que han vivido a su lado. Una paz que reflejará la
victoria definitiva que él va a conseguir sobre el mundo, en virtud de su resurrección.
Todo eso
es un preludio de lo que ocurrirá también en sus propias vidas: tendrán que
luchar igualmente contra el mundo, pero acabarán venciéndolo y disfrutando de
una paz integral. ¿Cómo caer en la cuenta de estas cosas y convencerse de que
su suerte será la misma que la del Maestro: asechanzas y muerte, pero también
resurrección y triunfo definitivo? El texto de hoy pertenece a un contexto en
el que la clave de esta revelación tan peculiar está en la presencia del
Espíritu en los seguidores de Jesús. Sin el Espíritu, todo ello es
indescifrable. Con él, todo se vuelve comprensible y luminoso.
¿Reconocemos
en nosotros la presencia del Espíritu? ¿Somos capaces de descifrar el lenguaje
de Jesús?
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/3-6-2019/
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