Día litúrgico: Jueves IV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 6,7-13): En aquel tiempo,
Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder
sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera
de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con
sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa,
quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os
escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies,
en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se
convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos
enfermos y los curaban.
Comentario: + Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona,
España).
«Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en
dos (...) Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran»
Hoy, el Evangelio relata la primera de las misiones
apostólicas. Cristo envía a los Doce a predicar, a curar todo tipo de enfermos
y a preparar los caminos de la salvación definitiva. Ésta es la misión de la Iglesia,
y también la de cada cristiano. El Concilio Vaticano II afirmó que «la vocación
cristiana implica como tal la vocación al apostolado. Ningún miembro tiene una
función pasiva. Por tanto, quien no se esforzara por el crecimiento del cuerpo
sería, por ello mismo, inútil para toda la Iglesia como también para sí mismo»
El mundo actual necesita —como decía Gustave Thibon— un “suplemento de alma” para poderlo regenerar.
Sólo Cristo con su doctrina es medicina para las enfermedades de todo el mundo.
Éste tiene sus crisis. No se trata solamente de una parcial crisis moral, o de
valores humanos: es una crisis de todo el conjunto. Y el término más preciso
para definirla es el de una “crisis de alma”.
Los cristianos con la gracia y la doctrina de Jesús, nos encontramos
en medio de las estructuras temporales para vivificarlas y ordenarlas hacia el
Creador: «Que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda
creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar» (san Agustín). El
cristiano no puede huir de este mundo. Tal como escribía Bernanos: «Nos has lanzado en medio de la masa, en medio de la
multitud como levadura; reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el
pecado nos ha arrebatado; Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella
primera mañana de los días, en todo su orden y en toda su santidad».
Uno de los secretos está en amar al mundo con toda el alma
y vivir con amor la misión encomendada por Cristo a los Apóstoles y a todos
nosotros. Con palabras de san Josemaría,
«el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno mismo a los
otros (...). Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada,
necesaria, de la vida interior». Éste ha de ser nuestro testimonio cotidiano en
medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas.
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