Sermón del santo en el último sínodo que convocó (Acta
Ecclesiae Mediolanensis, Milán 1599, 1177-1178)
Todos somos débiles, lo admito, pero el Señor ha puesto en
nuestras manos los medios con que poder ayudar fácilmente, si queremos, esta
debilidad. Algún sacerdote querría tener aquella integridad de vida que sabe se
le demanda, querría ser continente y vivir una vida angélica, como exige su
condición, pero no piensa en emplear los medios requeridos para ello: ayunar,
orar, evitar el trato con los malos y las familiaridades dañinas y peligrosas.
Algún otro se queja de que, cuando va a salmodiar o a
celebrar la misa, al momento le acuden a la mente mil cosas que lo distraen de
Dios; pero éste, antes de ir al coro o a celebrar la misa, ¿qué ha hecho en la
sacristía, cómo se ha preparado, qué medios ha puesto en práctica para mantener
la atención?
¿Quieres que te enseñe cómo irás progresando en la virtud
y, si ya estuviste atento en el coro, cómo la próxima vez lo estarás más aún y
tu culto será más agradable a Dios? Oye lo que voy a decirte. Si ya arde en ti
el fuego del amor divino, por pequeño que éste sea, no lo saques fuera en
seguida, no lo expongas al viento, mantén el fogón protegido para que no se
enfríe y pierda el calor; esto es, aparta cuanto puedas las distracciones,
conserva el recogimiento, evita las conversaciones inútiles.
¿Estás dedicado a la predicación y la enseñanza? Estudia y
ocúpate en todo lo necesario para el recto ejercicio de este cargo; procura
antes que todo predicar con tu vida y costumbres, no sea que, al ver que una
cosa es lo que dices y otra lo que haces, se burlen de tus palabras meneando la
cabeza.
¿Ejerces la cura de almas? No por ello olvides la cura de
ti mismo, ni te entregues tan pródigamente a los demás que no quede para ti
nada de ti mismo; porque es necesario, ciertamente, que te acuerdes de las
almas a cuyo frente estás, pero no de manera que te olvides de ti.
Sabedlo, hermanos, nada es tan necesario para los clérigos
como la oración mental; ella debe preceder, acompañar y seguir nuestras
acciones: Salmodiaré -dice el salmista- y entenderé. Si administras los
sacramentos, hermano, medita lo que haces; si celebras la misa, medita lo que
ofreces; si salmodias en el coro, medita a quién hablas y qué es lo que hablas;
si diriges las almas, medita con qué sangre han sido lavadas, y así todo lo que
hagáis, que sea con amor; así venceremos fácilmente las innumerables
dificultades que inevitablemente experimentamos cada día (ya que esto forma
parte de nuestra condición); así tendremos fuerzas para dar a luz a Cristo en
nosotros y en los demás.
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