Hoy, la discreta ofrenda de la viuda pobre
"despierta" la atención de Jesús. Ante su mirada, los santos no son
una exigua casta de elegidos, sino una muchedumbre innumerable: los reconocidos
de forma oficial y también los bautizados de toda época que se han esforzado
por cumplir la voluntad divina. De gran parte de ellos —como el caso de esta
viuda— no conocemos ni el rostro ni el nombre, pero con los ojos de la fe los
vemos resplandecer en el firmamento de Dios.
Contemplar el luminoso ejemplo de los santos suscita en
nosotros el gran deseo de ser como ellos, felices por vivir cerca de Dios, en
la gran familia de los amigos de Dios. Ésta es la vocación de todos nosotros,
reafirmada con vigor por el Concilio Vaticano II. Y para ser santos no es
preciso realizar acciones extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales.
—Señor, la santidad exige un esfuerzo constante, pero es
posible a todos, porque —antes que obra del hombre— es un don de tu
misericordia.
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano).
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