Día litúrgico: Miércoles V del tiempo ordinario
Santoral 11 de Febrero: La Virgen de Lourdes
Texto del Evangelio (Mc 7,14-23): En aquel tiempo,
Jesús llamó a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del
hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre,
eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus
discípulos le preguntaban sobre la parábola. Él les dijo: «¿Así que también
vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera
entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en
el vientre y va a parar al excusado?» —así declaraba puros todos los
alimentos—. Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al
hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones
malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades,
fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».
Comentario: Rev. D. Norbert ESTARRIOL i
Seseras (Lleida, España).
Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda
contaminarle
Hoy Jesús nos enseña que todo lo que Dios ha hecho es
bueno. Es, más bien, nuestra intención no recta la que puede contaminar lo que
hacemos. Por eso, Jesucristo dice: «Nada hay fuera del hombre que, entrando en
él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al
hombre» (Mc 7,15). La experiencia de la ofensa a Dios es una realidad. Y con
facilidad el cristiano descubre esa huella profunda del mal y ve un mundo esclavizado
por el pecado. La misión que Jesús nos encarga es limpiar —con ayuda de su
gracia— todas las contaminaciones que las malas intenciones de los hombres han
introducido en este mundo.
El Señor nos pide que toda nuestra actividad humana esté
bien realizada: espera que en ella pongamos intensidad, orden, ciencia,
competencia, afán de perfección, no buscando otra mira sino restaurar el plan
creador de Dios, que todo lo hizo bueno para provecho del hombre: «Pureza de
intención. —La tendrás, si, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios» (San Josemaría).
Sólo nuestra voluntad puede estropear el plan divino y
hace falta vigilar para que no sea así. Muchas veces se meten la vanidad, el
amor propio, los desánimos por falta de fe, la impaciencia por no conseguir los
resultados esperados, etc. Por eso, nos advertía san Gregorio Magno: «No nos
seduzca ninguna prosperidad halagüeña, porque es un viajero necio el que se
para en el camino a contemplar los paisajes amenos y se olvida del punto al que
se dirige».
Convendrá, por tanto, estar atentos en el ofrecimiento de
obras, mantener la presencia de Dios y considerar frecuentemente la filiación
divina, de manera que todo nuestro día —con oración y trabajo— tome su fuerza y
empiece en el Señor, y que todo lo que hemos comenzado por Él llegue a su fin.
Podemos hacer grandes cosas si nos damos cuenta de que
cada uno de nuestros actos humanos es corredentor cuando está unido a los actos
de Cristo.
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