Día litúrgico: Domingo VI (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 1,40-45): En aquel tiempo, se
acerca a Jesús un leproso suplicándole, y, puesto de rodillas, le dice: «Si
quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le
dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó
limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada
a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda
que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se
fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya
no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a
las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.
Comentario: Rev. D. Ferran JARABO i
Carbonell (Agullana, Girona, España).
Si quieres, puedes limpiarme
Hoy, el Evangelio nos invita a contemplar la fe de este
leproso. Sabemos que, en tiempos de Jesús, los leprosos estaban marginados
socialmente y considerados impuros. La curación del leproso es,
anticipadamente, una visión de la salvación propuesta por Jesús a todos, y una
llamada a abrirle nuestro corazón para que Él lo transforme.
La sucesión de los hechos es clara. Primero, el leproso
pide la curación y profesa su fe: «Si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1,40). En
segundo lugar, Jesús -que literalmente se rinde ante nuestra fe- lo cura
(«Quiero, queda limpio»), y le pide seguir lo que la ley prescribe, a la vez
que le pide silencio. Pero, finalmente, el leproso se siente impulsado a
«pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia» (Mc 1,45). En cierta manera
desobedece a la última indicación de Jesús, pero el encuentro con el Salvador
le provoca un sentimiento que la boca no puede callar.
Nuestra vida se parece a la del leproso. A veces vivimos,
por el pecado, separados de Dios y de la comunidad. Pero este Evangelio nos
anima ofreciéndonos un modelo: profesar nuestra fe íntegra en Jesús, abrirle
totalmente nuestro corazón, y una vez curados por el Espíritu, ir a todas
partes a proclamar que nos hemos encontrado con el Señor. Éste es el efecto del
sacramento de la Reconciliación, el
sacramento de la alegría.
Como bien afirma san Anselmo: «El alma debe olvidarse de ella misma y permanecer totalmente en
Jesucristo, que ha muerto para hacernos morir al pecado, y ha resucitado para
hacernos resucitar para las obras de justicia». Jesús quiere que recorramos el
camino con Él, quiere curarnos. ¿Cómo respondemos? Hemos de ir a encontrarlo
con la humildad del leproso y dejar que Él nos ayude a rechazar el pecado para
vivir su Justicia.
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