Día litúrgico: 27 de Diciembre: San Juan,
apóstol y evangelista
Texto del Evangelio (Jn 20,2-8): El primer día de la
semana, María Magdalena fue corriendo a Simón Pedro y a donde estaba el otro
discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al
Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y
se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo
corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se
inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro
siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que
cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al
sepulcro; vio y creyó.
Comentario: Rev. D. Manel VALLS i Serra
(Barcelona, España).
Vio y creyó
Hoy, la liturgia celebra la fiesta de san Juan, apóstol y
evangelista. Al siguiente día de Navidad, la Iglesia celebra la fiesta del
primer mártir de la fe cristiana, san Esteban. Y el día después, la fiesta de
san Juan, aquel que mejor y más profundamente penetra en el misterio del Verbo
encarnado, el primer “teólogo” y modelo de todo verdadero teólogo. El pasaje de
su Evangelio que hoy se propone nos ayuda a contemplar la Navidad desde la
perspectiva de la Resurrección del Señor. En efecto, Juan, llegado al sepulcro
vacío, «vio y creyó» (Jn 20,8). Confiados en el testimonio de los Apóstoles,
nosotros nos vemos movidos en cada Navidad a “ver” y “creer”.
Uno puede revivir estos mismos “ver” y “creer” a propósito
del nacimiento de Jesús, el Verbo encarnado. Juan, movido por la intuición de
su corazón —y, deberíamos añadir, por la “gracia”— “ve” más allá de lo que sus
ojos en aquel momento pueden llegar a contemplar. En realidad, si él cree, lo
hace sin “haber visto” todavía a Cristo, con lo cual ya hay ahí implícita la
alabanza para aquellos que «creerán sin haber visto» (Jn 20,29), con la que
culmina el vigésimo capítulo de su Evangelio.
Pedro y Juan “corren” juntos hacia el sepulcro, pero el
texto nos dice que Juan «corrió más aprisa que Pedro, y llegó antes al
sepulcro» (Jn 20,4). Parece como si a Juan le mueve más el deseo de estar de
nuevo al lado de Aquel a quien amaba —Cristo— que no simplemente estar
físicamente al lado de Pedro, ante el cual, sin embargo —con el gesto de
esperarlo y de que sea él quien entre primero en el sepulcro— muestra que es
Pedro quien tiene la primacía en el Colegio Apostólico. Con todo, el corazón
ardiente, lleno de celo, rebosante de amor de Juan, es lo que le lleva a
“correr” y a “avanzarse”, en una clara invitación a que nosotros vivamos
igualmente nuestra fe con este deseo tan ardiente de encontrar al Resucitado.
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