Abad.
Fue un santo abad del monasterio de San Marcos Evangelista
en Espoleto. Debió ser un hombre de grandes y probadas virtudes por los relatos
que se conocen de su vida a través del gran Papa Gregorio
Magno que fue contemporáneo, conocido personal, amigo y hasta una de las
personas que salió beneficiada del trato con el santo abad. De hecho, cuenta
San Gregorio de su amigo que, un buen día y con una sola bendición, el abad
Eleuterio consiguió curarlo de un vehemente deseo de ingerir alimentos que él
sufría. Además, refiere el mismo Papa, su santidad era tan grande que hasta
llegó a resucitar un muerto.
Pero lo que llama la atención al relator de la vida del
santo es un acontecimiento que tiene valor de ejemplaridad y estímulo para los
hombres que, llenos de dificultades, limitaciones y pecados, viven soportando
sus faltas de virtud y sufriendo los propios fracasos. Por eso la figura de
este santo es más cercana, al ser víctima de su propio desmoronamiento.
Unas monjas habían confiado al santo abad la custodia de
un niño atormentado por el Diablo. Como pasaran varios días sin notarse
fenómenos extraños, el abad comentó a sus monjes que Satanás tenía asustadas a
las pobres monjas, pero que ahora estaba con miedo y por eso no se manifestaba.
Al punto, el mal espíritu se apoderó del niño y de
inmediato comenzó a maltratarlo.
Eleuterio cayó en la cuenta de que su expresión fue de
soberbia y presunción. Lloró dolorido su pecado y pidió a los monjes oraciones
y penitencias para que cesaran los embates del Demonio.
Una simple frase con un poco de vanidad hizo que Satanás
se sintiese en terreno propio y se necesitase la oración y mortificación de
todos para expulsarlo.
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