martes, 17 de enero de 2012

Para escribir la gramática de la fe


17-01-2012 L’Osservatore Romano

En su primer mensaje a los cardenales electores, con el que concluía el cónclave de su elección como Romano Pontífice, Benedicto XVI reafirmaba con fuerza su “decidida voluntad de proseguir en el compromiso de aplicación del Concilio Vaticano II, a ejemplo de mis predecesores y en continuidad fiel con la tradición de dos mil años de la Iglesia” (20 de abril de 2005). Y cuatro días después, en su homilía del inicio de su pontificado advertía que su verdadero programa de gobierno no era otro que el ponerse, “junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme –decía de sí– conducir por Él, de tal modo que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”.

Al recordar estas palabras del Papa y hacer un recorrido por las iniciativas y enseñanzas que ha llevado a cabo a lo largo de los casi siete años transcurridos desde entonces hasta ahora, se comprueban hechas realidad estas firmes intenciones iniciales. Ahí están para testimoniarlo sus acciones de gobierno ante graves dificultades en las propias filas eclesiales o en determinadas áreas geográficas, en las que la sabiduría, la firmeza y la caridad pastoral se han aunado en el Papa con su exquisita sencillez evangélica y han marcado de forma certera y positiva el remedio y el rumbo a seguir en la misión de la Iglesia hacia su meta. Lo mismo cabría decir de las iniciativas pastorales impulsadas por Benedicto XVI y acompasadas por su rico magisterio a lo largo de este tiempo como son, por citar sólo algunas más extraordinarias: la celebración del Año Sacerdotal y el Año Paulino, además de sus encíclicas y exhortaciones apostólicas, de las diferentes ediciones del Sínodo de los Obispos, de la Jornada Mundial de la Juventud y de los Encuentros Mundiales de la Familia, y de sus viajes apostólicos.


Ahora la invitación del Papa se concreta en la Nueva Evangelización, que no es una oportuna y original ocurrencia pastoral de moda para una época determinada, sino llevar a cabo en el mundo de hoy el mandato misional de siempre que Cristo dio a los Apóstoles y con ellos a toda la Iglesia, y que en este tiempo se ha de actualizar en nuevos escenarios, especialmente en aquellos más secularizados donde se ha perdido la “gramática de la fe” y por ello la de la naturaleza humana, por el olvido cuando no rechazo de Dios. Ésta es la propuesta fundamental del Año de la Fe que el Santo Padre ha proclamado y que explica en su Carta Porta Fidei y despliega después en iniciativas concretas la reciente Nota de la Congregación de la Doctrina de la Fe.

Todo este empeño constituye un verdadero “plan pastoral” del Papa que ha de servir de modelo para toda la Iglesia, desde las conferencias episcopales, diócesis, parroquias y congregaciones religiosas, hasta los movimientos y asociaciones de fieles.

No se trata de “hacer” y “organizar” eventos sin más o simplemente buscar en la fe “soluciones” para la realidad que se presenta siempre cambiante. La orientación es la inversa: es desde Dios, desde la fe en Él, desde el “Depositum Fidei” confiado a la Iglesia, desde donde hay que reinterpretar, iluminar y conducir las cambiantes realidades humanas. Sólo en Dios puede adquirir verdadera consistencia y realismo todo lo creado. La recuperación del teocentrismo, también en la Iglesia, es la renovada propuesta de Benedicto XVI. No se trata, pues de un mero cambio exterior, sino interior y nuclear que empieza por cada uno personalmente con la conversión (“conversio ad Deum”) y se despliega en la santidad y en el testimonio apostólico.

Como guía, el Papa propone los documentos del Concilio Vaticano II, entendidos desde la “hermenéutica de la reforma” en continuidad con la Tradición de la Iglesia y no de la errónea “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”, así como el conocimiento y asimilación del Catecismo de la Iglesia Católica que condensa lo esencial de la fe cristiana. Toda una verdadera emergencia educativa, de vida espiritual, moral y litúrgica, a la que somos invitados por el Papa para lograr –como él mismo señalaba también al comienzo de su pontificado y recuerda en Porta Fideique la Iglesia se ponga “en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud”.

José María Gil Tamayo

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