17-01-2012 L’Osservatore Romano
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas bíblicas de este domingo —el segundo del tiempo ordinario— nos presentan el tema de la vocación: en el Evangelio encontramos la llamada de los primeros discípulos por parte de Jesús; y, en la primera lectura, la llamada del profeta Samuel. En ambos relatos destaca la importancia de una figura que desempeña el papel de mediador, ayudando a las personas llamadas a reconocer la voz de Dios y a seguirla. En el caso de Samuel, es Elí, sacerdote del templo de Silo, donde se guardaba antiguamente el arca de la alianza, antes de ser trasladada a Jerusalén. Una noche Samuel, que era todavía un muchacho y desde niño vivía al servicio del templo, tres veces seguidas se sintió llamado durante el sueño, y corrió adonde estaba Elí. Pero no era él quien lo llamaba. A la tercera vez Elí comprendió y le dijo a Samuel: Si te llama de nuevo, responde: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3, 9). Así fue, y desde entonces Samuel aprendió a reconocer las palabras de Dios y se convirtió en su profeta fiel.
En el caso de los discípulos de Jesús, la figura de la mediación fue Juan el Bautista. De hecho, Juan tenía un amplio grupo de discípulos entre quienes estaban también dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, y Santiago y Juan, pescadores de Galilea. Precisamente a dos de estos el Bautista les señaló a Jesús, al día siguiente de su bautismo en el río Jordán. Se lo indicó diciendo: «Este es el Cordero de Dios» (Jn 1, 36), lo que equivalía a decir: Este es el Mesías. Y aquellos dos siguieron a Jesús, permanecieron largo tiempo con él y se convencieron de que era realmente el Cristo. Inmediatamente se lo dijeron a los demás, y así se formó el primer núcleo de lo que se convertiría en el colegio de los Apóstoles.
A la luz de estos dos textos, quiero subrayar el papel decisivo de un guía espiritual en el camino de la fe y, en particular, en la respuesta a la vocación especial de consagración al servicio de Dios y de su pueblo. La fe cristiana, por sí misma, supone ya el anuncio y el testimonio: es decir, consiste en la adhesión a la buena nueva de que Jesús de Nazaret murió y resucitó, y de que es Dios. Del mismo modo, también la llamada a seguir a Jesús más de cerca, renunciando a formar una familia para dedicarse a la gran familia de la Iglesia, pasa normalmente por el testimonio y la propuesta de un «hermano mayor», que por lo general es un sacerdote. Esto sin olvidar el papel fundamental de los padres, que con su fe auténtica y gozosa, y su amor conyugal, muestran a sus hijos que es hermoso y posible construir toda la vida sobre el amor de Dios.
Queridos amigos, pidamos a la Virgen María por todos los educadores, especialmente por los sacerdotes y los padres de familia, a fin de que sean plenamente conscientes de la importancia de su papel espiritual, para fomentar en los jóvenes, además del crecimiento humano, la respuesta a la llamada de Dios, a decir: «Habla, Señor, que tu siervo escucha».
Después de la plegaria mariana, el Santo Padre dijo:
Hoy celebramos la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Millones de personas están involucradas en el fenómeno de las migraciones, pero no son números. Son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz. En mi Mensaje para esta Jornada llamé la atención sobre el tema: «Migraciones y nueva evangelización», subrayando que los emigrantes no sólo son destinatarios, sino también protagonistas del anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. En este contexto me complace dirigir un cordial saludo a los representantes de las comunidades emigrantes de Roma, presentes hoy en la plaza de San Pedro.
Deseo recordar que del 18 al 25 de este mes de enero se celebrará la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Invito a todos, a nivel personal y comunitario, a unirse espiritualmente y, donde sea posible, también prácticamente, para invocar de Dios el don de la unidad plena entre los discípulos de Cristo.
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