Día litúrgico: 24 de Enero: San Francisco de Sales, obispo
Texto del Evangelio (Mt 11,25-30): En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Comentario: Abbé Jean GOTTIGNY (Bruselas, Bélgica).
«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»
Hoy, veinticuatro de enero, celebramos la memoria litúrgica de un hombre apasionado por Dios y por el prójimo: san Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra, con residencia en Annecy, en la época de la Reforma.
Jesucristo recomienda cultivar la humildad y la benevolencia: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29). Dos virtudes morales que hay que buscar cuando estamos tratando de forjarnos un lugar en el sol a costa de la expulsión del prójimo.
Y no nos equivoquemos, la dulzura no tiene nada que ver con la sensiblería. Aquélla es el fruto de la gracia de Dios y de una conquista personal. Francisco de Sales, que era de un natural impetuoso, se ha convertido en el paradigma de la dulzura, al precio de un combate diario toda su vida. Hablando sin duda de experiencia, escribe en la Introducción a la vida devota: «Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre». Había ingresado en la escuela de Aquél que se presenta como «paciente y humilde de corazón» (Mt 11,29).
No debemos confundir la humildad de corazón con la timidez. Aquella consiste en ser sincero, es decir humus, ese abono natural donde crecen fácilmente los árboles que Dios quiere plantar. «Nuestro Señor está tan enamorado de la humildad que se lanza con fuerza allí donde la ve» afirma el obispo de Ginebra. La humildad presupone una disposición total a la acción divina así como una disponibilidad sin fallas hacia el prójimo.
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