Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,49-53
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el
mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué
angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No,
sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres
contra
dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo
contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra
contra la nuera y la nuera contra la suegra.»Pautas para la homilía
Dios: una opción que genera hostilidad
Ya
sabemos que la vida y misión del profeta Jeremías no fueron nada fáciles. Su
ministerio profético se enmarca en un momento muy crítico de la historia de
Israel. El pueblo, que desoye sistemáticamente el mensaje divino anunciado por
el profeta, camina hacia la fatalidad del destierro. El profeta lo está
avisando. En honor a la verdad advierte de la ruina inminente. La verdad del
profeta desmoraliza porque la vida de Jerusalén está en ese momento construida
sobre una mentira. Que no se haga ilusiones la pequeña Jerusalén de que podrá
contra el gigante babilonio. En lugar de reaccionar y cambiar decisiones, los
príncipes prefieren callar al profeta, heraldo de la verdad divina, decidiendo
su muerte.
El
pobre Jeremías es echado a un pozo sin agua donde morirá hundido en el lodo.
Optar por Dios, por el bien, por la verdad, genera en muchos casos sufrimiento,
dolor, enfrentamiento y hostilidad. El mensaje divino ilumina, señala,
desinstala, remueve y eso gusta poco. Quien enarbola y defiende dicho mensaje
sufre las iras de los que prefieren seguir como están o mantenerlo todo como
está, aunque sea caminando hacia la ruina.
Dios
no puede dejar a su profeta morir en el lodo y así moverá el corazón de
Ebedmelek, sensible a la justicia, que denuncia ante el rey el trato “inicuo”
que ha recibido el profeta. No olvidemos que el profeta era “la voz de Dios” en
medio del pueblo. Jeremías al final es salvado.
Pero Dios es auxilio y liberación
El
Salmo 39 está muy bien escogido después de esta primera lectura. Se trata de un
salmo de confianza en Dios y de acción de gracias. El mensaje es claro: en
medio de las hostilidades y las pruebas confía en Dios que es auxilio y
liberación. Eso ha hecho el salmista y ha obtenido el favor de Dios por eso le
da gracias con toda la fuerza de su corazón. Es más, Dios mismo es el que le
pone en la boca ese himno de acción de gracias: “me puso en la boca un cántico
nuevo”. Esperaba con ansia y el Señor “escuchó su grito, lo levantó de la
charca fangosa, afianzó sus pies y aseguró sus pasos”.
Esta
actuación divina evidente ha tenido un efecto: “muchos al verlo quedaron
sobrecogidos y confiaron en el Señor”. Bien podíamos decir que este salmo
refleja la situación de Jeremías: hundido en la charca fangosa ha sido al final
liberado. Dios no se olvida nunca de los que lo aman, lo sirven y por ello
sufren, sabe resarcirlos con su bondad y misericordia.
Fijos los ojos en Jesús
La
fe es un tema central en la carta a los Hebreos. Su autor, que busca animar a
su comunidad en medio de las dificultades que experimenta, exhorta a lanzarse a
la carrera “que nos toca”, el camino de la fe, y para ello hay que sacudirse
todo lo que estorba, es decir, el pecado que impide avanzar.
Hay
algo que nos da seguridad: fijar los ojos en Jesús que es precisamente el que
inicia y lleva a plenitud nuestra fe. Él es el verdadero modelo de la fe
auténtica. Él hizo el camino de la fe sin miedo a la ignominia, asumiendo la
Cruz y soportando la oposición de los pecadores. La clave está en mirar a
Jesús. Él da fuerza para seguir caminando, para seguir en la brecha, en la
lucha, que todavía no ha llegado a sus últimas consecuencias.
Jesús
es nuestro consuelo y esperanza. Mirándolo siempre a Él nuestra vida fluye y
nuestra fe se fortalece aún en medio de los problemas y las dificultades que
puedan venir por ser cristianos.
Es hora: ¡ya!
La
cosa está que arde… El evangelio de hoy va de “fuego”. Jesús ha comenzado ya su
viaje a Jerusalén y de pronto lanza a sus discípulos estas enigmáticas
palabras. Lucas ha hecho del viaje a Jerusalén el eje de su relato evangélico.
Ese viaje, esa subida, ese éxodo de Jesús, se convierte en el camino
programático para todo seguidor de Cristo. Ese viaje conduce a la Jerusalén que
“mata a los profetas”.
Recordemos
el caso de Jeremías en la primera lectura. Jesús ha comenzado el viaje
presentando las exigencias y condiciones que conlleva su seguimiento. Se trata
de un camino de plenitud y de vida abundante que pasa necesariamente por la
Cruz, por la entrega de la propia vida. Los discípulos están ya en camino
con el Señor, deben tener claro qué significa ir con Él, deben estar dispuestos
y decididos a vivir como Él asumiendo las consecuencias.
Jesús
es consciente de que le espera un difícil destino, un “bautismo de dolor” que
le causa angustia, pero camina con decisión hacia él. Les dice a los discípulos
que ha venido a prender fuego y desea que estuviera ardiendo. Es un fuego que
trae disensión y odio. Ese fuego es su mensaje, su evangelio, el Reino. Esto
causa disensión y odio pues quema como el fuego sacando a la luz las
intenciones del corazón humano.
Recordemos
las palabras de Simeón en la presentación en el Templo: “este será bandera
discutida, signo de contradicción, está puesto para que muchos caigan y se
levanten…” Jesús va a correr la suerte de los profetas, su palabra causa
hostilidad. Esa hostilidad y rechazo no solo será social sino que va a surgir
hasta en la propia familia. La opción por Cristo puede crear confrontación
hasta entre los miembros de la familia. El seguidor de Jesús puede sentir este
rechazo y esa confrontación no solo procedente del mundo sino de su entorno más
íntimo.
¿Qué
cabe ante todo esto? Decisión. Jesús no se para, sigue adelante. Y nosotros
¿qué hacemos?... Nuestra propia experiencia nos hace comprender estas palabras
de Jesús. Jesús es una opción con “riesgo”. La respuesta urge y es sí o no. No
cabe tibieza ni mediocridad. Optar por Él implica valentía, osadía, la que
procede de saber bien “de quien me he fiado”. El Señor nos anima porque en
medio de cualquier hostilidad por su causa Él siempre es auxilio y liberación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario