Lectura del santo evangelio según san Mateo18,15-20
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a
solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace
caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por
boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la
comunidad, y si
no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un
publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el
cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os
aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»Reflexión del Evangelio de hoy
No ha vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara
Llegamos
al final del libro del Deuteronomio. En el pasaje de hoy se nos describe la
muerte de Moisés, que viene precedida de un momento muy significativo: Moisés
sube a la cima del monte Nebo, y allí Dios pone ante su mirada la tierra
prometida en toda su extensión. Detrás queda un largo recorrido que parte
también de una experiencia de contemplación: la de una zarza ardiendo, desde la
que Dios llama a Moisés para enviarlo a Egipto, a liberar a su pueblo.
Se
ha cerrado una etapa de la Historia de la Salvación; con el final del
Deuteronomio, se cierra la ley, la Tora. En esta etapa, la figura de Moisés ha
sido clave y en el pasaje es elogiada: Ha sido el siervo del Señor, el hombre
de Dios, el profeta que se ha enfrentado al poder del faraón y ha sacado de
Egipto al pueblo esclavizado; no ha habido nadie como él.
El
Señor, ha estado siempre a su lado, le ha tratado “cara a cara”, le ha convertido
en su elegido y su amigo; Él mismo le va a preparar la sepultura. Moisés no
entrará en la tierra prometida, pero toda su vida ha sido bendecida por esta
presencia de Dios: Él mismo es su recompensa.
Nadie
conocerá el lugar donde está sepultado. Su cuerpo tiene menos relevancia que su
testamento, la obra realizada y el camino abierto. Moisés desaparece, pero un
nuevo capítulo de la historia de Salvación se abre: Josué, hombre de sabiduría
“porque Moisés le ha impuesto las manos” será el nuevo guía del pueblo de Dios.
Si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas
En
el Capítulo 18 del Evangelio de Mateo, Jesús se dirige a sus discípulos para
darles una serie de instrucciones en torno a la vida comunitaria. Aborda en
concreto dos aspectos claves para poder vivir el amor en plenitud: por un lado
acoger en la comunidad, de una forma prioritaria, a los más pequeños a la vez
que uno mismo se hace pequeño; y por otro lado, la necesidad del perdón
fraterno.
El
pasaje de hoy se centra en este segundo aspecto y trata de responder a algo que
forma parte de nuestra experiencia de vida cotidiana: nos ofendemos unos a
otros, rompemos la comunión, nos hacemos daño. ¿Cómo abordar las
situaciones de ofensa sufridas o provocadas de manera que podamos caminar hacia
la reconciliación?
Jesús
propone un medio concreto para hacerlo: la corrección fraterna. Pero para poder
entender bien lo que significa es necesario recordar la pequeña parábola que
Jesús ha contado, justo en el pasaje anterior. En ella nos habla de un hombre
que ha perdido una oveja y deja a las noventa y nueve por ir a buscar a la
descarriada; todo para decirnos que “del mismo modo, el Padre del cielo no
quiere que se pierda ni uno sólo de estos pequeños”.
Es
desde esta clave que tenemos que situar la invitación a la corrección fraterna:
el Señor nos confía a los hermanos y hermanas, así como somos confiados a otros
y otras; y el Señor no quiere que nadie se pierda. Se trata de ganar al
hermano, a la hermana, de restaurar la comunión para la que hemos sido creados,
de ayudarnos a volver a casa, porque Dios siempre está con los brazos abiertos.
Me
acuerdo que hace ya muchos años alguien decía que, a veces, en lugar de
corrección fraterna hacemos corrección fratricida. Y es que no siempre los
gestos y las palabras que nos salen son los más adecuadas ni los que más
construyen; a veces no son más que el desahogo de nuestro yo herido y enfadado
que necesita cantarle las cuarenta a los otros. Y tal vez no podamos o sepamos
hacer de otra manera.
Pero
la corrección fraterna de la que nos habla Jesús, está claro que es otra cosa.
Para empezar Jesús invita a llamar la atención al hermano “a solas”, es decir
en el espacio de la intimidad que posibilita la escucha, el diálogo, el hacer
proceso y la transformación necesaria que lleva a la reconciliación; un espacio
de respeto al otro que huye de la acusación pública, la maledicencia y el
hablar “por fuera” que tanto daño hace a las personas y que encima no sirve
para nada.
Jesús
fue un maestro en este tratar a los otros “a solas” y generar en ellos procesos
de transformación liberadora. Pienso ahora en sus encuentros con la mujer
adúltera, con Zaqueo, con la samaritana, por citar algunos que pueden
resultarnos tan iluminadores y tan pedagógicos para aprender a acercarnos a los
hermanos.
Es
cierto que el camino de reconciliación a veces es muy lento; incluso puede
haber momentos que necesitemos contar con otros que ejerzan una mediación;
personas concretas o en último caso la comunidad. Pero siempre, desde esas
actitudes de delicadeza y discreción que intentan reflejar la mirada de la
misericordia que pone en pie y no la del juicio que condena.
A
veces, mirar a los testigos de la fe, cuyo amor fue más fuerte que el odio,
puede estimularnos para ellos. Que en este día, San Maximiliano Kolbe, mártir
de la caridad en el campo de concentración de Auschwitz, interceda por nosotros
y nos ayude a andar por la vida cultivando la dimensión del perdón y la
reconciliación con los hermanos.
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