Lectura
del santo evangelio según san Mateo 23, 23-26.
En aquel
tiempo, habló Jesús diciendo:
-«¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del
anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la
compasión y la sinceridad!
Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.
Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.
¡Guías
ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!
¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el
plato, mientras por dentro estáis rebosando
de robo y desenfreno! ¡Fariseo
ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por
fuera.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
Dios nos
ha confiado el Evangelio
Al hablar
de Dios, predicar su Palabra, quizá podamos caer en el error de pensar que no
llega, que no es escuchada, que en los tiempos que nos ha tocado vivir, es
inútil… Pero Pablo en su tiempo predicó la Palabra de Dios, fue a Tesalónica y
dejó admirados a todos. No fue inútil su predicación porque venía de la
Vida, de la propia experiencia.
El
Evangelio fue anunciado en aquella ciudad, y llegó al corazón de sus gentes:
hizo que Cristo entrara en las vidas de aquellas personas.
Quizá a
veces es difícil predicar el Evangelio cuando hay oposición, pero en medio de
toda oposición y sufrimientos, si nos apoyamos en Dios, si Dios se hace vida
en nosotros, nos dará fuerza y valor para hacerlo. Pablo no dejó de
predicar a pesar de toda esa oposición que encontró en Filipos. Pablo hablaba
directamente del Evangelio, sin edulcorarlo, hablaba desde la experiencia.
Todos
somos predicadores del Evangelio y, como Pablo, debemos hablar de Dios sin miedo,
sin tapujos, desde la Verdad que se nos ha enseñado.
Aunque
nuestra naturaleza humana está llena de pecado, Pablo en ningún momento se dejó
llevar por los prejuicios, ni fue engañando, ni fue codicioso, aún por la ayuda
económica que podría haber recibido. Sus motivos para llevar el Evangelio
estaban llenos de pureza, de sinceridad, de VERDAD.
Así debemos
predicar nosotros también, sin prejuicios, sin miedos, sin esperar que nos
suban a ningún pedestal, siempre sencillos y llenos de humildad.
Para
transmitir la Palabra de Dios, necesitamos mirarnos por dentro, ser honestos
con nosotros mismos, y revisar nuestro corazón para saber si estamos
haciendo todo lo que podemos para llevar el mensaje de Jesús, con firmeza, con
esperanza, con alegría.
Ojalá nos
dejemos llevar por el testimonio de Pablo, ser como él y así Dios nos ayudará,
nos dará su fuerza para soportar incluso los momentos más difíciles. Nos
sentiremos cuidados comona madre cuida de sus hijos, con ternura, con amor.
¡Guías
ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!
¿Cómo
vivimos nuestro amor a Dios, nuestra entrega diaria? Si Jesús nos llama
hipócritas… ¿no será porque en el fondo lo somos un poco? Vivimos de
apariencias, no somos todo lo sinceros que deberíamos ser a la hora de
anunciar el Evangelio, dejamos a un lado lo más importante, la Ley la
Justicia, La Misericordia, la Lealtad.
A veces
nos dejamos llevar por una ley que nos oprime, y la mayor ley que se ha de
seguir y vivir es la del Amor, que va unida a todo lo demás, la
justicia, la misericordia, la lealtad. Sin amor no somos justos con los
demás: damos la espalda a quien necesita misericordia, y somos infieles,
traicionado y huyendo de lo que Jesús quiere que vivamos.
Cumplimos
pero no vivimos, no compartimos, no respetamos, descuidamos lo más importante;
por eso Jesús nos lo echa en cara. Nos dice palabras muy duras: nos llama
hipócritas, y en realidad ¿no lo somos? Nos gusta vivir agradando, que nos
alaben por lo que hacemos, juzgamos a los demás, condenamos, sin dar espacio a
la escucha, al dialogo, a mirar en el corazón.
No
debemos descuidar estas tres características de la Ley que se nos habla en este
Evangelio. Jesús, con la dureza de sus palabras, nos invita a reflexionar, a
mirar dentro de nosotros y preguntarnos: ¿Cómo aplicamos la ley, lo hacemos
con justicia verdadera? ¿Somos misericordiosos con los demás, perdonamos,
abrimos nuestro corazón a los demás? ¿Somos sinceros con los demás? ¿Y con
nosotros mismos?
Todos
estos valores nos los dejó Jesús para vivirlos y enseñarlos, haciéndolos vida
en nuestras vidas.
Y santa
Mónica, a quien hoy celebramos, así lo vivió. Fue fiel a lo que sentía, y su
misericordia y amor a su hijo hizo que san Agustín pusiese su corazón en Dios.
Ojalá
limpiemos todo lo malo que hay en nosotros y dejemos que la Misericordia de
Dios actúe en nosotros.
Monasterio Sta. María la Real -
MM. Dominicas
Bormujos (Sevilla)
Bormujos (Sevilla)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
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