Solemnidad de la Asunción, 15 de agosto
AGOSTO 13, 2019 12:00ANTONIO RIVEROESPIRITUALIDAD Y
ORACIÓN
COMENTARIO A LA LITURGIA DOMINICAL
15 de agosto, Solemnidad de la Asunción de la Virgen al Cielo [1]
Ciclo C
Textos: Ap 11, 19ª; 12, 1.3-6a. 10ab; 1 Co 15, 20-27; Lc 1, 39-57
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el
Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro
Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación
de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: El misterio glorioso de la Asunción de María al Cielo es como la
contrapartida del misterio gozoso de la Anunciación.
Síntesis del mensaje: Si María se encuentra en el Cielo con
cuerpo y alma no cabe el pesimismo absoluto: la humanidad no
está condenada a la corrupción. Si María ha sido asunta al Cielo, no cabe
el orgullo prometeico: el hombre no es un ser autosuficiente, sino que para
alcanzar su realización final depende de las manos de Dios.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, resumamos un poco la historia y el contenido del
dogma de la Asunción de María al Cielo. Desde el siglo VI, a este día, 15 de
agosto, se le llamaba la Dormición de la Virgen, título con que hoy se la sigue
designando en Oriente junto con el de Tránsito de María. En el siglo VII fue
adoptada por la Liturgia romana, por cuyo influjo se difundió posteriormente en
Occidente, donde se la designó Asunción de María. La liturgia romana actual la
considera como la “fiesta de su destino de plenitud y bienaventuranza, de la
glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta
glorificación con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la
humanidad entera la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la
esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que
Cristo ha hecho hermanos teniendo en común con ellos la carne y la
sangre” (Pablo VI, Marialis Cultus, 6). La
asunción de María es un dogma definido solemnemente por Pío XII el 1 de
noviembre de 1950 con la constitución apostólica Munificentissimus Deus.
Ella participa de la resurrección de Cristo en cuanto que estuvo perfectamente
unida con él, escuchando su palabra y poniéndola en práctica. La asunción es la
epifanía de la transformación tan profunda que la semilla de la palabra divina
produjo en María, en la integridad de su persona.
En segundo lugar, este misterio glorioso es la contrapartida del
misterio gozoso de la Anunciación. En el misterio de la Anunciación, el abismo
de humildad de María provocó el vértigo de Dios que descendió a su seno. En el
misterio de la Asunción, Nuestra Señora se rinde a la nostalgia vertical del
Dios que enamoró su juventud y que ahora la atrae a las alturas. Y así como por
la Anunciación, María franqueó a Dios la entrada a este mundo haciéndose en
cierto modo puerta de la tierra, así por la Asunción es llevada a la gloria
como Madre nuestra, convirtiéndose de esta manera en la puerta del cielo, “ianua
coeli”, según se las letanías lauretanas del santo rosario. Ella es, así,
la nueva escala de Jacob por la que Dios desciende a los hombres (Anunciación),
y por la que los hombres ascendemos hasta Dios (Asunción).
Finalmente, la glorificación de María asume un valor de signo escatológico para
todo el pueblo de Dios que camina todavía hacia el día del Señor; signo
adaptado para sostener en la seguridad la esperanza de la propia realización
escatológica, como la de María, y para dar aliento a cuantos se encuentran aún
en medio de peligros y de afanes luchando contra el pecado y la muerte. Por tanto,
la asunción de María no es una realidad alienante para el pueblo de Dios en
camino, sino un estímulo y un punto de referencia que lo compromete en la
realización de su propio camino histórico hacia la perfección escatológica
final.
Celebrar la asunción de María, la petición tiene que dirigirse a
suplicar que cuanto se realizó -después de Cristo- en la Virgen Madre se
realice también para nosotros, sus hijos. Ni pesimismo: todo acaba con nuestra
muerte. Ni orgullo prometeico: yo alcanzaré mi plenitud y realización aquí en
la tierra, robando a escondidas el fuego a nuestro Dios, sin necesidad de Él ni
de su cielo. Así como María fue llevada en cuerpo y alma al Cielo
inmediatamente después de terminar el curso de su vida aquí en la tierra, así
también nosotros resucitaremos en nuestros cuerpos al final de los tiempos,
cuando venga Jesucristo por última vez.
Para reflexionar: San Juan Damasceno, el más ilustre
transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios
con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente: “Convenía
que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara
su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía
que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera
después su mansión en el Cielo. Convenía que la esposa que el Padre había
desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto
a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor,
del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a
la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su
Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios”.
Para rezar: Hoy, tu Hijo, te viene a buscar, Virgen y Madre: “Ven, amada
mía”, te pondré sobre mi trono, prendado está el Rey de tu belleza. Te quiero
junto a mí para consumar mi obra salvadora, ya tienes preparada tu “casa” donde
voy a celebrar las Bodas del Cordero”. Dichosa tú que has creído,
porque lo que se te ha dicho de parte del Señor, en ti ya se ha cumplido.
Madre, prepárame un lugar en el Cielo, junto a Ti.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del
padre Antonio, arivero@legionaries.org
***
[1] Para este
comentario, me serví de algunas ideas del padre Alfredo Sáenz en su libro
“Palabra y Vida”, ciclo B, Gladius 1993.
AGOSTO 13, 2019 12:00ESPIRITUALIDAD Y
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