sábado, 10 de agosto de 2019

XIX Domingo del Tiempo Ordinario, 11-08-2019 Ciclo C


Lectura del santo Evangelio según San Lucas 12, 32-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda,
para abrirle, apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre.
Pedro le preguntó:
–Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?
El Señor le respondió:
–¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas ?
Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: «Mi amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.
Pautas para la homilía
El Papa Francisco invita a la iglesia, Pueblo de Dios, a practicar el reconocimiento de los dones recibidos para saber que somos personas, sujetos creados a su imagen y semejanza, llamados a discernir, elegir, colaborar en el itinerario evangelizador diariamente, allá donde nos encontremos, como mediadores que cultivan con fe su fidelidad al cultivo de la vida definitiva ya comenzada.
Un laicado en acción
Vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas, dice el lema del Congreso a celebrar, que constituye la vocación de todo el laicado como “sujetos” evangelizadores sin quedarse tan solo en “objeto de la evangelización”. Ofrece una metodología sencilla y clásica (ver juzgar y actuar) en clave cristiana, de todo el Pueblo de Dios asumiendo lo propio del laicado.
Objetivos
Tomar conciencia de que la vocación bautismal del laicado para la misión, constituye su llamada universal a la santidad.
Promover a caridad política (socio-política de la fe) es la dimensión propia del estilo de vida de los laicos en la Iglesia y el mundo.
Ser espacio de comunión que -como Pueblo de Dios sinodal- promueve el apostolado seglar.
Visibilizar en todos los grupos comunitarios el diálogo, la reflexión y compromiso
Novedades del proceso
Se caracteriza por tres notas: Sinodalidad, discernimiento y espiritualidad.
La sinodalidad es un elemento constitutivo en la Iglesia, porque forma parte de su misma naturaleza. Significa caminar juntos, propone fortalecer las relaciones, exige contar con comunidades misioneras abiertas al territorio, invita a la conversión y lleva a la misión. “La puesta en acción de una iglesia sinodal es el presupuesto indispensable para un nuevo impulso misionero que involucre a todo el Pueblo de Dios” (DF 118)
El discernimiento: Discernir es misión de la Iglesia. En este proceso nos serviremos en todas sus fases de tal metodología. Nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones” (GR169) Por eso es preciso esclarecer aquello que pueda ser fruto del Reino y también aquel que atenta contra el proyecto de Dios. Esto implica no solo reconocer e interpretar las mociones del buen y del mal espíritu, sino –aquí radica lo decisivo- elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo. Es un don que hay que pedir: Encestaremos de un estilo caracterizado por la escucha fraterna y el diálogo intergeneracional en todas sus fases.
La espiritualidad. El Espíritu Santo nos precede en el corazón de las personas y en los acontecimientos de la historia. Somos conscientes de que el Señor en su Palabra alimenta y orienta nuestras decisiones. Al calificar de espiritual este proceso estamos invitando a proponer una experiencia de esperanza (consuelo que se deriva del encuentro personal con el Señor) donde tenga su lugar a escucha, la apertura de mente, y de corazón. Solo de esta manera podremos vivir una experiencia del Espíritu, un nuevo Pentecostés, caminan-do todos juntos como bautizados.
Conclusiones
San Lucas, en el evangelio de hoy, pide dos cosas: Vigilancia y desprendimiento. Recogiendo las palabras  y gestos de Jesús, siempre llenos de dulzura, lo hace con insistencia al ser consciente de la facilidad con las que aparece el apego y dependencia de las riquezas en las instituciones, personas o grupos de toda índole.
Quizás el problema de fondo está en discernir cual es el mayor bien para nosotros (vocación) y los medios necesarios para conseguirlos (felicidad auténtica) La llamada de Dios-amor a la santidad es universal y la presencia del Espíritu para descubrirlo está asegurada por Jesús desde siempre. El tesoro encerrado en el propio corazón, requiere despegarse de las añadiduras (egoísmos) que no permiten saborearlo.
¿Qué tesoro tienes que puedes compartir desinteresadamente? Descubrir la presencia de Dios-amor en cada persona es el primer tesoro de cuantos dedican su vida al servicio del prójimo. La fuerza del Espíritu origina energías renovadas para proseguir haciendo el itinerario vocacional, de cada uno, sabiamente descubierto y generosamente ejercitado.

Fray Manuel González de la Fuente
Valladolid

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