Texto del Evangelio (Mt 5,33-37): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: ‘No perjurarás,
sino que cumplirás al Señor tus juramentos’. Pues yo digo que no juréis en modo
alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque
es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey.
Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes
hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: que lo que
pasa de aquí viene del Maligno».
Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona,
España).
«Sea
vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’»
Hoy
continúa Jesús comentándonos los Mandamientos. Los israelitas tenían un gran
respeto hacia el nombre de Dios, una veneración sagrada, porque sabían que el
nombre se refiere a la persona, y Dios merece todo respeto, todo honor y toda
gloria, de pensamiento, palabra y obra. Por esto —teniendo presente que jurar
es poner a Dios como testigo de la verdad de lo que decimos— la Ley les
mandaba: «No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos» (Mt 5,33).
Pero Jesús viene a perfeccionar la Ley (y, por tanto, a perfeccionarnos a
nosotros siguiendo la Ley), y da un paso más: «No juréis en modo alguno: ni por
el Cielo, (...), ni por la Tierra (...)» (Mt 5,34). No es que jurar, en sí
mismo, sea malo, pero son necesarias unas condiciones para que el juramento sea
lícito, como por ejemplo, que haya una causa justa, grave, seria (un juicio,
pongamos por caso), y que lo que se jura sea verdadero y bueno.
Pero
el Señor nos dice todavía más: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt
5,37). Es decir, nos invita a vivir la veracidad en toda ocasión, a conformar
nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras obras a la verdad. Y la
verdad, ¿qué es? Es la gran pregunta, que ya vemos formulada en el Evangelio
por boca de Pilato, en el juicio contra Jesús, y a la que tantos pensadores a
lo largo de los tiempos han procurado dar respuesta. Dios es la Verdad. Quien
vive agradando a Dios, cumpliendo sus Mandamientos, vive en la Verdad. Dice el
santo Cura de Ars: «La razón de que tan pocos cristianos obren con la exclusiva
intención de agradar a Dios es porque la mayor parte de ellos se encuentran
sometidos a la más espantosa ignorancia. Dios mío, ¡cuántas buenas obras se
pierden para el Cielo!». Hay que pensar en ello.
Nos
conviene formarnos, leer el Evangelio y el Catecismo. Después, vivir según lo
que hemos aprendido.
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