Texto del Evangelio (Jn 21,20-25): En aquel tiempo, volviéndose Pedro vio
que le seguía aquel discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena
se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va
a entregar?». Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?». Jesús le
respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú,
sígueme». Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no
moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que
se quede hasta que yo venga».
Éste
es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y
nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Hay además otras muchas cosas
que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría
para contener los libros que se escribieran.
Comentario: Rev. D. Fidel CATALÁN i Catalán (Terrassa, Barcelona, España).
«Las
ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero»
Hoy
leemos el final del Evangelio de san Juan. Se trata propiamente del final del
apéndice que la comunidad joánica añadió al texto original. En este caso es un
fragmento voluntariamente significativo. El Señor Resucitado se aparece a sus
discípulos y los renueva en su seguimiento, particularmente a Pedro. Acto
seguido se sitúa el texto que hoy proclamamos en la liturgia.
La
figura del discípulo amado es central en este fragmento y aun en todo el
Evangelio de san Juan. Puede referirse a una persona concreta —el discípulo
Juan— o bien puede ser la figura tras la cual puede situarse todo discípulo
amado por el Maestro. Sea cual sea su significación, el texto ayuda a dar un
elemento de continuidad a la experiencia de los Apóstoles. El Señor Resucitado
asegura su presencia en aquellos que quieran ser seguidores.
«Si
quiero que se quede hasta que yo venga» (Jn 21,22) puede indicar más esta
continuidad que un elemento cronológico en el espacio y el tiempo. El discípulo
amado se convierte en testigo de todo ello en la medida en que es consciente de
que el Señor permanece con él en toda ocasión. Ésta es la razón por la que
puede escribir y su palabra es verdadera, porque glosa con su pluma la
experiencia continuada de aquellos que viven su misión en medio del mundo,
experimentando la presencia de Jesucristo. Cada uno de nosotros puede ser el
discípulo amado en la medida en que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo,
que nos ayuda a descubrir esta presencia.
Este
texto nos prepara ya para celebrar mañana domingo la Solemnidad de Pentecostés,
el Don del Espíritu: «Y el Paráclito vino del cielo: el custodio y santificador
de la Iglesia, el administrador de las almas, el piloto de quienes naufragan,
el faro de los errantes, el árbitro de quienes luchan y quien corona a los
vencedores» (San Cirilo de Jerusalén).
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