Texto del Evangelio (Mc 12,35-37): En aquel tiempo, Jesús, tomando la
palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: «¿Cómo dicen los escribas que el
Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: ‘Dijo
el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos
debajo de tus pies’. El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser
hijo suyo?». La muchedumbre le oía con agrado.
Comentario: P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat (Montserrat,
Barcelona, España).
«El
mismo David le llama Señor»
Hoy,
el judaísmo aún sabe que el Mesías ha de ser “hijo de David” y debe inaugurar
una nueva era del reinado de Dios. Los cristianos “sabemos” que el Mesías Hijo
de David es Jesucristo, y que este reino ha empezado ya incoativamente —como
semilla que nace y crece— y se hará realidad visible y radiante cuando Jesús
vuelva al final de los tiempos. Pero ahora ya Jesús es el Hijo de David y nos
permite vivir “en esperanza” los bienes del reino mesiánico.
El
título “Hijo de David” aplicado a Jesucristo forma parte de la médula del
Evangelio. En la Anunciación, la Virgen recibió este mensaje: «El Señor Dios le
dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de Jacob por
siempre» (Lc 1,32-33). Los pobres que pedían la curación a Jesús, clamaban:
«¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (Mc 10,48). En su entrada solemne
en Jerusalén, Jesús fue aclamado: «¡Bendito el reino que viene, el de nuestro
padre David!» (Mc 11,10). El antiquísimo libro de la Didakhé agradece a Dios
«la viña santa de David, tu siervo, que nos has dado a conocer por medio de
Jesús, tu siervo».
Pero
Jesús no es sólo hijo de David, sino también Señor. Jesús lo afirma
solemnemente al citar el Salmo davídico 110, cita incomprensible para los
judíos: pues resulta imposible que el hijo de David sea “Señor” de su padre.
San Pedro, testigo de la resurrección de Jesús, vio claramente que Jesús había
sido constituido “Señor de David”, porque «David murió y fue sepultado, y su
sepulcro aún se conserva entre nosotros (…). A este Jesús Dios lo ha resucitado,
y de ello somos testigos todos nosotros» (Ac 2,14).
Jesucristo,
«nacido, en cuanto hombre, de la estirpe de David y constituido por su
resurrección de entre los muertos Hijo poderoso de Dios», como dice san Pablo
(Rm 1,3-4), se ha convertido en el foco que atrae el corazón de todos los
hombres, y así, mediante su atracción suave, ejerce su señorío sobre todos los
hombres que se dirigen a Él con amor y confianza.
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