Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres
para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro
Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por
delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin
de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú,
en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu
derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto,
te recompensará.
»Y
cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas
y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres;
en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar,
entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está
allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
»Cuando
ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro
para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu
ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del
Vallès, Barcelona, España).
«Cuidad
de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos»
Hoy,
Jesús nos invita a obrar para la gloria de Dios, con el fin de agradar al
Padre, que para eso mismo hemos sido creados. Así lo afirma el Catecismo de la
Iglesia: «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir
y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». Éste es el sentido de nuestra
vida y nuestro honor: agradar al Padre, complacer a Dios. Éste es el testimonio
que Cristo nos dejó. Ojalá que el Padre celestial pueda dar de cada uno de
nosotros el mismo testimonio que dio de su Hijo en el momento de su bautizo:
«Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3,17).
La
falta de rectitud de intención sería especialmente grave y ridícula si se
produjera en acciones como son la oración, el ayuno y la limosna, ya que se
trata de actos de piedad y de caridad, es decir, actos que —per se— son propios
de la virtud de la religión o actos que se realizan por amor a Dios.
Por
tanto, «cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser
vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre
celestial» (Mt 6,1). ¿Cómo podríamos agradar a Dios si lo que procuramos de
entrada es que nos vean y quedar bien —lo primero de todo— delante de los
hombres? No es que tengamos que escondernos de los hombres para que no nos
vean, sino que se trata de dirigir nuestras buenas obras directamente y en
primer lugar a Dios. No importa ni es malo que nos vean los otros: todo lo
contrario, pues podemos edificarlos con el testimonio coherente de nuestra
acción.
Pero
lo que sí importa —¡y mucho!— es que nosotros veamos a Dios tras nuestras
actuaciones. Y, por tanto, debemos «examinar con mucho cuidado nuestra
intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos
servir al Señor» (San Gregorio Magno).
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