Texto del Evangelio (Mt 11,25-30): En aquel tiempo, tomando Jesús la
palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado
por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce
bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
»Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.
Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi
carga ligera».
Comentario: Rev. D. Antoni DEULOFEU i González (Barcelona,
España).
«Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso»
Hoy,
cuando nos encontremos cansados por el quehacer de cada día —porque todos
tenemos cargas pesadas y a veces difíciles de soportar— pensemos en estas
palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados,
y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Reposemos en Él, que es el único que nos
puede descansar de todo lo que nos preocupa, y así encontrar la paz y todo el
amor que no siempre nos da el mundo.
El
descanso auténticamente humano necesita una dosis de “contemplación”. Si
elevamos los ojos al cielo y rogamos con el corazón, y somos sencillos, seguro
que encontraremos y veremos a Dios, porque allí está («Yo te bendigo, Padre,
Señor del cielo»: Mt 11,25). Pero no sólo está allí, encontrémosle también en
el “suave yugo” de las pequeñas cosas de cada día: veámoslo en la sonrisa de
aquel niño pequeño lleno de inocencia, en la mirada agradecida de aquel enfermo
que hemos visitado, en los ojos de aquel pobre que nos pide nuestra ayuda,
nuestra bondad…
Reposemos
todo nuestro ser, y confiémonos plenamente a Dios que es nuestra única
salvación y salvación del mundo. Tal como lo recomendaba San Juan Pablo II,
para reposar verdaderamente, nos es necesario dirigir «una mirada llena de
gozosa complacencia [al trabajo bien hecho]: una mirada “contemplativa”, que ya
no aspira a nuevas obras, sino más bien a gozar de la belleza de lo que se ha
realizado» en la presencia de Dios. A Él, además, hay que dirigirle una acción
de gracias: todo nos viene del Altísimo y, sin Él, nada podríamos hacer.
Precisamente,
uno de los grandes peligros actuales es que «el nuestro es un tiempo de
continuo movimiento, que frecuentemente desemboca en el activismo, con el fácil
riesgo del “hacer por hacer”. Hemos de resistir esta tentación buscando “ser”
antes que “hacer”» (San Juan Pablo II). Porque, en realidad, como nos dice
Jesús, sólo hay una cosa necesaria (cf. Lc 10,42): «Tomad sobre vosotros mi
yugo, y aprended de mí (…) y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29).
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