Texto
del Evangelio (Mc 2,13-17): En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla
del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el
de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se
levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos
publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran
muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con
los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con
los publicanos y pecadores?». Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico
los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores».
Comentario: Rev. D. Joaquim
MONRÓS i Guitart (Tarragona, España).
«No
he venido a llamar a justos, sino a pecadores»
Hoy,
en la escena que relata san Marcos, vemos cómo Jesús enseñaba y cómo todos
venían a escucharle. Es manifiesto el hambre de doctrina, entonces y también
ahora, porque el peor enemigo es la ignorancia. Tanto es así, que se ha hecho
clásica la expresión: «Dejarán de odiar cuando dejen de ignorar».
Pasando
por allí, Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado donde cobraban impuestos y,
al decirle «sígueme», dejándolo todo, se fue con Él. Con esta prontitud y
generosidad hizo el gran “negocio”. No solamente el “negocio del siglo”, sino
también el de la eternidad.
Hay
que pensar cuánto tiempo hace que el negocio de recoger impuestos para los
romanos se ha acabado y, en cambio, Mateo —hoy más conocido por su nuevo nombre
que por el de Leví— no deja de acumular beneficios con sus escritos, al ser una
de las doce columnas de la Iglesia. Así pasa cuando se sigue con prontitud al Señor.
Él lo dijo: «Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o
madre, hijos o campo por mi nombre, recibirá el ciento por uno y gozará de la
vida eterna» (Mt 19,29).
Jesús
aceptó el banquete que Mateo le ofreció en su casa, juntamente con los otros
cobradores de impuestos y pecadores, y con sus apóstoles. Los fariseos —como
espectadores de los trabajos de los otros— hacen presente a los discípulos que
su Maestro come con gente que ellos tienen catalogados como pecadores. El Señor
les oye, y sale en defensa de su habitual manera de actuar con las almas: «No
he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17). Toda la Humanidad
necesita al Médico divino. Todos somos pecadores y, como dirá san Pablo, «todos
han pecado y se han privado de la gloria de Dios» (Rm 3,23).
Respondamos
con la misma prontitud con que María respondió siempre a su vocación de
corredentora.
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