Mensaje del Santo Padre Francisco
1 de Enero de 2017
«La no violencia:
un estilo de política para la paz»
1. Al comienzo de este nuevo año formulo mis más sinceros
deseos de paz para los pueblos y para las naciones del mundo, para los Jefes de
Estado y de Gobierno, así como para los responsables de las comunidades
religiosas y de los diversos sectores de la sociedad civil. Deseo la paz a cada
hombre, mujer, niño y niña, a la vez que rezo para que la imagen y semejanza de
Dios en cada persona nos permita reconocernos unos a otros como dones sagrados
dotados de una inmensa dignidad. Especialmente en las situaciones de conflicto,
respetemos su «dignidad más profunda»[1] y hagamos
de la no violencia activa nuestro estilo de vida.
Este es el Mensaje para la 50 Jornada Mundial de la Paz.
En el primero, el beato Papa Pablo VI se dirigió, no sólo a los católicos sino a todos los pueblos, con
palabras inequívocas: «Ha aparecido finalmente con mucha claridad que la paz es
la línea única y verdadera del progreso humano (no las tensiones de
nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones
portadoras de un falso orden civil)». Advirtió del «peligro de creer que las
controversias internacionales no se pueden resolver por los caminos de la
razón, es decir de las negociaciones fundadas en el derecho, la justicia, la
equidad, sino sólo por los de las fuerzas espantosas y mortíferas». Por el contrario,
citando Pacem
in terris de su predecesor san Juan XXIII, exaltaba «el sentido y el amor de la paz fundada sobre la
verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor»[2]. Impresiona la
actualidad de estas palabras, que hoy son igualmente importantes y urgentes
como hace cincuenta años.
En esta ocasión deseo reflexionar sobre la no
violencia como un estilo de política para la paz, y pido a Dios que se
conformen a la no violencia nuestros sentimientos y valores personales más
profundos. Que la caridad y la no violencia guíen el modo de tratarnos en las
relaciones interpersonales, sociales e internacionales. Cuando las víctimas de
la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los
protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la
paz. Que la no violencia se trasforme, desde el nivel local y cotidiano hasta
el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de
nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas.
Un mundo fragmentado
2. El siglo pasado fue devastado por dos horribles guerras
mundiales, conoció la amenaza de la guerra nuclear y un gran número de nuevos
conflictos, pero hoy lamentablemente estamos ante una terrible guerra mundial
por partes. No es fácil saber si el mundo actualmente es más o menos violento
de lo que fue en el pasado, ni si los modernos medios de comunicación y la movilidad
que caracteriza nuestra época nos hace más conscientes de la violencia o más
habituados a ella.
En cualquier caso, esta violencia que se comete «por
partes», en modos y niveles diversos, provoca un enorme sufrimiento que
conocemos bien: guerras en diferentes países y continentes; terrorismo,
criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y
las víctimas de la trata; devastación del medio ambiente. ¿Con qué fin? La
violencia, ¿permite alcanzar objetivos de valor duradero? Todo lo que obtiene,
¿no se reduce a desencadenar represalias y espirales de conflicto letales que
benefician sólo a algunos «señores de la guerra»?
La violencia no es la solución para nuestro mundo
fragmentado. Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los
casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las grandes
cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las
necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos,
de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de
los casos, lleva a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos.
La Buena Noticia
3. También Jesús vivió en tiempos de violencia. Él enseñó
que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la
paz, es el corazón humano: «Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los
pensamientos perversos» (Mc 7,21). Pero el mensaje de Cristo, ante esta
realidad, ofrece una respuesta radicalmente positiva: él predicó
incansablemente el amor incondicional de Dios que acoge y perdona, y enseñó a
sus discípulos a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44) y a poner la otra
mejilla (cf. Mt 5,39). Cuando impidió que la adúltera fuera lapidada
por sus acusadores (cf. Jn 8,1-11) y cuando, la noche antes de morir,
dijo a Pedro que envainara la espada (cf. Mt 26,52), Jesús trazó el
camino de la no violencia, que siguió hasta el final, hasta la cruz, mediante
la cual construyó la paz y destruyó la enemistad (cf. Ef 2,14-16).
Por esto, quien acoge la Buena Noticia de Jesús reconoce su propia violencia y
se deja curar por la misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en
instrumento de reconciliación, según la exhortación de san Francisco de Asís:
«Que la paz que anunciáis de palabra la tengáis, y en mayor medida, en vuestros
corazones»[3].
Ser hoy verdaderos discípulos de Jesús significa también
aceptar su propuesta de la no violencia. Esta —como ha afirmado mi
predecesor Benedicto XVI— «es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia
y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de
amor, un plus de bondad. Este “plus” viene de Dios»[4]. Y añadía con
fuerza: «para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento
táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está
tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar
el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos
constituye el núcleo de la “revolución cristiana”»[5]. Precisamente,
el evangelio del amad a vuestros enemigos (cf. Lc 6,27) es
considerado como «la charta magna de la no violencia cristiana», que
no se debe entender como un «rendirse ante el mal […], sino en responder al mal
con el bien (cf. Rm 12,17-21), rompiendo de este modo la cadena de la
injusticia»[6].
Más fuerte que la
violencia
4. Muchas veces la no violencia se entiende como
rendición, desinterés y pasividad, pero en realidad no es así. Cuando la Madre
Teresa recibió el premio Nobel de la Paz, en 1979, declaró claramente su
mensaje de la no violencia activa: «En nuestras familias no tenemos necesidad
de bombas y armas, de destruir para traer la paz, sino de vivir unidos, amándonos
unos a otros […]. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en
el mundo»[7]. Porque la
fuerza de las armas es engañosa. «Mientras los traficantes de armas hacen su
trabajo, hay pobres constructores de paz que dan la vida sólo por ayudar a una
persona, a otra, a otra»; para estos constructores de la paz, Madre Teresa es
«un símbolo, un icono de nuestros tiempos»[8]. En el pasado
mes de septiembre tuve la gran alegría de proclamarla santa. He elogiado su
disponibilidad hacia todos por medio de «la acogida y la defensa de la vida
humana, tanto de la no nacida como de la abandonada y descartada […]. Se ha
inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de
las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir
su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los
crímenes —¡ante los crímenes!— de la pobreza creada por ellos mismos»[9]. Como
respuesta —y en esto representa a miles, más aún, a millones de personas—, su
misión es salir al encuentro de las víctimas con generosidad y dedicación,
tocando y vendando los cuerpos heridos, curando las vidas rotas.
La no violencia practicada con decisión y coherencia ha
producido resultados impresionantes. No se olvidarán nunca los éxitos obtenidos
por Mahatma Gandhi y Khan Abdul Ghaffar Khan en la liberación de la India, y de
Martin Luther King Jr. contra la discriminación racial. En especial, las
mujeres son frecuentemente líderes de la no violencia, como, por ejemplo,
Leymah Gbowee y miles de mujeres liberianas, que han organizado encuentros de
oración y protesta no violenta (pray-ins), obteniendo negociaciones de alto
nivel para la conclusión de la segunda guerra civil en Liberia.
No podemos olvidar el decenio crucial que se concluyó con
la caída de los regímenes comunistas en Europa. Las comunidades cristianas han
contribuido con su oración insistente y su acción valiente. Ha tenido una
influencia especial el ministerio y el magisterio de san Juan Pablo II. En la encíclica Centesimus annus (1991), mi predecesor, reflexionando sobre los sucesos de 1989,
puso en evidencia que un cambio crucial en la vida de los pueblos, de las
naciones y de los estados se realiza «a través de una lucha pacífica, que
emplea solamente las armas de la verdad y de la justicia»[10].
Este itinerario de transición política hacia la paz ha sido posible, en parte,
«por el compromiso no violento de hombres que, resistiéndose siempre a ceder al
poder de la fuerza, han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces para
dar testimonio de la verdad». Y concluía: «Ojalá los hombres aprendan a luchar
por la justicia sin violencia, renunciando a la lucha de clases en las
controversias internas, así como a la guerra en las internacionales»[11].
La Iglesia se ha comprometido en el desarrollo de
estrategias no violentas para la promoción de la paz en muchos países,
implicando incluso a los actores más violentos en un mayor esfuerzo para
construir una paz justa y duradera.
Este compromiso en favor de las víctimas de la injusticia
y de la violencia no es un patrimonio exclusivo de la Iglesia Católica, sino
que es propio de muchas tradiciones religiosas, para las que «la compasión y la
no violencia son esenciales e indican el camino de la vida»[12].
Lo reafirmo con fuerza: «Ninguna religión es terrorista»[13].
La violencia es una profanación del nombre de Dios[14].
No nos cansemos nunca de repetirlo: «Nunca se puede usar el nombre de Dios para
justificar la violencia. Sólo la paz es santa. Sólo la paz es santa, no la
guerra»[15].
La raíz doméstica de
una política no violenta
5. Si el origen del que brota la violencia está en el
corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no
violencia en primer lugar en el seno de la familia. Es parte de aquella alegría
que presenté, en marzo pasado, en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, como conclusión de los dos años de reflexión de la Iglesia
sobre el matrimonio y la familia. La familia es el espacio indispensable en el
que los cónyuges, padres e hijos, hermanos y hermanas aprenden a comunicarse y
a cuidarse unos a otros de modo desinteresado, y donde los desacuerdos o
incluso los conflictos deben ser superados no con la fuerza, sino con el
diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón[16].
Desde el seno de la familia, la alegría se propaga al mundo y se irradia a toda
la sociedad[17].
Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las
personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la
violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el
diálogo sincero. En este sentido, hago un llamamiento a favor del desarme, como
también de la prohibición y abolición de las armas nucleares: la disuasión
nuclear y la amenaza cierta de la destrucción recíproca, no pueden servir de
base a este tipo de ética[18].
Con la misma urgencia suplico que se detenga la violencia doméstica y los
abusos a mujeres y niños.
El Jubileo de la Misericordia, concluido el pasado mes de
noviembre, nos ha invitado a mirar dentro de nuestro corazón y a dejar que
entre en él la misericordia de Dios. El año jubilar nos ha hecho tomar
conciencia del gran número y variedad de personas y de grupos sociales que son
tratados con indiferencia, que son víctimas de injusticia y sufren violencia.
Ellos forman parte de nuestra «familia», son nuestros hermanos y hermanas. Por
esto, las políticas de no violencia deben comenzar dentro de los muros de casa
para después extenderse a toda la familia humana. «El ejemplo de santa Teresa
de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la
oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto
que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples
gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del
aprovechamiento, del egoísmo»[19].
Mi llamamiento
6. La construcción de la paz mediante la no violencia
activa es un elemento necesario y coherente del continuo esfuerzo de la Iglesia
para limitar el uso de la fuerza por medio de las normas morales, a través de
su participación en las instituciones internacionales y gracias también a la
aportación competente de tantos cristianos en la elaboración de normativas a
todos los niveles. Jesús mismo nos ofrece un «manual» de esta estrategia de
construcción de la paz en el así llamado Discurso de la montaña. Las ocho
bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-10) trazan el perfil de la persona que
podemos definir bienaventurada, buena y auténtica. Bienaventurados los mansos
—dice Jesús—, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, y los puros de
corazón, los que tienen hambre y sed de la justicia.
Esto es también un programa y un desafío para los líderes
políticos y religiosos, para los responsables de las instituciones
internacionales y los dirigentes de las empresas y de los medios de
comunicación de todo el mundo: aplicar las bienaventuranzas en el desempeño de
sus propias responsabilidades. Es el desafío de construir la sociedad, la
comunidad o la empresa, de la que son responsables, con el estilo de los
trabajadores por la paz; de dar muestras de misericordia, rechazando descartar
a las personas, dañar el ambiente y querer vencer a cualquier precio. Esto
exige estar dispuestos a «aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y
transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso»[20].
Trabajar de este modo significa elegir la solidaridad como estilo para realizar
la historia y construir la amistad social. La no violencia activa es una manera
de mostrar verdaderamente cómo, de verdad, la unidad es más importante y
fecunda que el conflicto. Todo en el mundo está íntimamente interconectado[21].
Puede suceder que las diferencias generen choques: afrontémoslos de forma
constructiva y no violenta, de manera que «las tensiones y los opuestos
[puedan] alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida», conservando
«las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna»[22].
La Iglesia Católica acompañará todo tentativo de
construcción de la paz también con la no violencia activa y creativa. El 1 de
enero de 2017 comenzará su andadura el nuevo Dicasterio para el Servicio del
Desarrollo Humano Integral, que ayudará a la Iglesia a promover, con creciente
eficacia, «los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección
de la creación» y de la solicitud hacia los emigrantes, «los necesitados, los
enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos
armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y
las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura»[23].
En conclusión
7. Como es tradición, firmo este Mensaje el 8 de
diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.
María es Reina de la Paz. En el Nacimiento de su Hijo, los ángeles glorificaban
a Dios deseando paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad
(cf. Lc 2,14). Pidamos a la Virgen que sea ella quien nos guíe.
«Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada
día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de
intentar edificarla»[24].
En el 2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que
aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a
construir comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es
imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser
artesanos de la paz»[25].
Vaticano, 8 de diciembre de 2016
Francisco
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