Texto del Evangelio (Mc 1,29-39): En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la
sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de
Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de
la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
Al
atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados;
la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se
encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba
hablar a los demonios, pues le conocían.
De
madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar
solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su
busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a
otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para
eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y
expulsando los demonios.
Comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España).
«De
madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar
solitario y allí se puso a hacer oración»
Hoy
vemos claramente cómo Jesús dividía la jornada. Por un lado, se dedicaba a la
oración, y, por otro, a su misión de predicar con palabras y con obras.
Contemplación y acción. Oración y trabajo. Estar con Dios y estar con los
hombres.
En
efecto, vemos a Jesús entregado en cuerpo y alma a su tarea de Mesías y
Salvador: cura a los enfermos, como a la suegra de san Pedro y muchos otros,
consuela a los tristes, expulsa demonios, predica. Todos le llevan sus enfermos
y endemoniados. Todos quieren escucharlo: «Todos te buscan» (Mc 1,37), le dicen
los discípulos. Seguro que debía tener una actividad frecuentemente muy
agotadora, que casi no le dejaba ni respirar.
Pero
Jesús se procuraba también tiempo de soledad para dedicarse a la oración: «De
madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar
solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35). En otros lugares de los
Evangelios vemos a Jesús dedicado a la oración en otras horas e, incluso, muy
entrada la noche. Sabía distribuirse el tiempo sabiamente, a fin de que su
jornada tuviera un equilibrio razonable de trabajo y oración.
Nosotros
decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo! Estamos ocupados con el trabajo del
hogar, con el trabajo profesional, y con las innumerables tareas que llenan
nuestra agenda. Con frecuencia nos creemos dispensados de la oración diaria.
Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de
olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder
hacer las unas sin desatender las otras.
San
Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar
el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras
cosas temporales».
Quizá
nos debiéramos organizar un poco más. Disciplinarnos, “domesticando” el tiempo.
Lo que es importante ha de caber. Pero más todavía lo que es necesario.
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