Texto del Evangelio (Mc 1,21-28): Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado
entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina,
porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había
precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se
puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a
destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús, entonces, le conminó
diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole violentamente el espíritu
inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
Todos
quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto?
¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus
inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en
toda la región de Galilea.
Comentario: + Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona,
España).
«Quedaban
asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no
como los escribas»
Hoy,
primer martes del tiempo ordinario, san Marcos nos presenta a Jesús enseñando
en la sinagoga y, acto seguido, comenta: «Quedaban asombrados de su doctrina,
porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mc
1,21). Esta observación inicial es impresionante. En efecto, la razón de la
admiración de los oyentes, por un lado, no es la doctrina, sino el maestro; no
aquello que se explica, sino Aquél que lo explica; y, por otro lado, no ya el
predicador visto globalmente, sino remarcado específicamente: Jesús enseñaba
«con autoridad», es decir, con poder legítimo e irrecusable. Esta
particularidad queda ulteriormente confirmada por medio de una nítida
contraposición: «No lo hacía como los escribas».
Pero,
en un segundo momento, la escena de la curación del hombre poseído por un
espíritu maligno incorpora a la motivación admirativa personal el dato
doctrinal: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (Mc
1,27). Sin embargo, notemos que el calificativo no es tanto de contenido como
de singularidad: la doctrina es «nueva». He aquí otra razón de contraste: Jesús
comunica algo inaudito (nunca como aquí este calificativo tiene sentido).
Añadimos
una tercera advertencia. La autoridad proviene, además, del hecho que a Jesús «hasta
los espíritus inmundos le obedecen». Nos encontramos ante una contraposición
tan intensa como las dos anteriores. A la autoridad del maestro y a la novedad
de la doctrina hay que sumar la fuerza contra los espíritus del mal.
¡Hermanos!
Por la fe sabemos que esta liturgia de la palabra nos hace contemporáneos de lo
que acabamos de escuchar y que estamos comentando. Preguntémonos con humilde
agradecimiento: ¿Tengo conciencia de que ningún otro hombre ha hablado jamás
como Jesús, la Palabra de Dios Padre? ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco
tiene parangón? ¿Me doy cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza
tienen en la vida humana y, más concretamente, en mi vida? Movidos por el
Espíritu Santo, digamos a nuestro Redentor: Jesús-vida, Jesús-doctrina, Jesús-victoria,
haz que, como le complacía decir al gran Ramon Llull, ¡vivamos en la continua
“maravilla” de Ti!
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