Texto del Evangelio (Jn 1,29-34): En aquel tiempo, vio Juan venir Jesús y
dijo: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por
quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí,
porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en
agua para que Él sea manifestado a Israel».
Y
Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma
del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a
bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se
queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y
doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».
Comentario: Rev. D. Joaquim
FORTUNY i Vizcarro (Cunit, Tarragona, España).
«He
ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»
Hoy
hemos escuchado a Juan que, al ver a Jesús, dice: «He ahí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). ¿Qué debieron pensar aquellas gentes?
Y, ¿qué entendemos nosotros? En la celebración de la Eucaristía todos rezamos:
«Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros / danos
la paz». Y el sacerdote invita a los fieles a la Comunión diciendo: «Éste es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo...».
No
dudemos de que, cuando Juan dijo «he ahí el Cordero de Dios», todos entendieron
qué quería decir, ya que el “cordero” es una metáfora de carácter mesiánico que
habían usado los profetas, principalmente Isaías, y que era bien conocida por
todos los buenos israelitas.
Por
otro lado, el cordero es el animalito que los israelitas sacrifican para
rememorar la pascua, la liberación de la esclavitud de Egipto. La cena pascual
consiste en comer un cordero.
Y
aun los Apóstoles y los padres de la Iglesia dicen que el cordero es signo de
pureza, simplicidad, bondad, mansedumbre, inocencia... y Cristo es la Pureza,
la Simplicidad, la Bondad, la Mansedumbre, la Inocencia. San Pedro dirá:
«Habéis sido rescatados (...) con una sangre preciosa, como de cordero sin
tacha y sin mancilla, Cristo» (1Pe 1,18.19). Y san Juan, en el Apocalipsis,
emplea hasta treinta veces el término “cordero” para designar a Jesucristo.
Cristo
es el cordero que quita el pecado del mundo, que ha sido inmolado para darnos
la gracia. Luchemos para vivir siempre en gracia, luchemos contra el pecado,
aborrezcámoslo. La belleza del alma en gracia es tan grande que ningún tesoro
se le puede comparar. Nos hace agradables a Dios y dignos de ser amados. Por
eso, en el “Gloria” de la Misa se habla de la paz que es propia de los hombres
que ama el Señor, de los que están en gracia.
San Juan Pablo II, urgiéndonos a vivir en la gracia que el Cordero nos
ha ganado, nos dice: «Comprometeos a vivir en gracia. Jesús ha nacido en Belén
precisamente para eso (...). Vivir en gracia es la dignidad suprema, es la
alegría inefable, es garantía de paz, es un ideal maravilloso».
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